El día que empecé a escribir mis “anécdotas” me sentí como Lord Byron, llamado el Vampiro de Londres. Para unos un sicópata, para otros un verdadero vampiro; el mejor calificativo que le doy es: genio
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Eran las 8 de la mañana cuando un escándalo me despertó. Mi vecina, la madre de Carlota, gritaba y lloraba como si le estuviesen arrancando la piel; su hija había desaparecido durante la noche. La policía llegó al momento y nos interrogaron a todos. Lejos de sentir miedo y pánico, tomé aquello como un reto. Debía mostrarme normal y no pensar en parecer normal. La mirada del investigador parecía una máquina de rayos X, sentí que sus ojos me hacían preguntas que sus labios no gesticulaban. No exagero cuando digo que ese instante se me hizo eterno, no por temor a decir o hacer algo que me incriminase en la desaparición de la niña, sino por la atracción de su mirada, la agudeza de sus pupilas, cada parpadeo era como una fotocopia de mi expresión, que inmediatamente era analizada para buscar el menor indicio de conocimiento. Recuerdo el escándalo en las noticias, “Aparece el cuerpo sin vida de una niña dentro de un barril con agua. La Policía no tienen ningún sospechoso y siguen con las investigaciones”.
Tenía 20 años cuando la furia y el deseo llevaron mi vida por otro rumbo. Estaba algo bebido y mis hormonas pedían carne; recuerdo que me sentía como una bestia y la oportunidad estaba a pocos pasos de mí, con una minifalda, botas altas y un escote que no dejaba nada a la imaginación. Quería dinero a cambio de satisfacer mi necesidad. Fuimos a un callejón oscuro, lleno de borrachos y drogadictos. El olor era nauseabundo, las ratas iban de un lado a otro y ella no era lo que esperaba. Su cabello estaba lleno de grasa y su aliento no era mejor que el de un perro abandonado. Sentí asco y la ira me invadió.
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Ese día estaba amaneciendo muy lentamente. Las calles todavía estaban oscuras, y a pesar del frío algún que otro paseante comenzaba a circular por el barrio. Uno de ellos distingue a lo lejos el cuerpo de una mujer tendido en el suelo que a primera vista parecía desmayada, pero cuando se acerca para tratar de ayudarla, ve que unas terribles heridas la habían casi decapitado.
Horrorizado, no deja pasar un minuto y avisa al primer policía que hacía su ronda por el barrio, quién acompañado de un médico distingue bajo la luz de una linterna que la muerte le había sido provocada por dos golpes con arma blanca que le habían seccionado la tráquea y el esófago. El cuerpo, todavía caliente en partes, indicaba que el momento del crimen no debía de haber sido de más de media hora antes de haber encontrado el cadáver. Tras un examen más detallado en la sala de autopsias, descubren, además, que había sido brutalmente golpeada en la mandíbula inferior izquierda (posiblemente por una persona zurda), y que su abdomen había sido mutilado. Por lo demás, el asesino no había dejado otras pistas tras de sí, ni testigos, ni el arma homicida. Ninguno de los vecinos oyó nada.