sábado, julio 09, 2005
Antes de irme...
Lo de siempre: parientes, amigos y no tan amigos, todos en un apretado salón. Como uniforme, ropa negra que dificulta distinguir a unos de otros. Hace calor.
Está por entrar el cuerpo, extrema tensión. Al acceder, gritos, llantos y desmayos acompañan la escena. Lágrimas, mocos y sudor humedecen el ambiente. Es insoportable. Sentada en este sofá, apretando un pañuelo ensopado y pródigo de arrugas, me cuesta disimular la desesperación. Quiero que se marchen, pues empiezo a desear que en vez de agua salada, suden sangre.
Lentamente los gemidos se van apagando y así las figuras oscuras. Quedan los más íntimos. Ellos, esforzándose por comprender el mutismo que resisto, me invitan serenos a tomar del café que se brinda en el piso de abajo. Niego con la cabeza y, no sin antes recibir su ademán reprobatorio, se marchan al fin, dejándome sola, ignorantes de cumplir mis deseos.
Así lo imaginaba: transparente, azuloso. Descubro en su rostro una mueca, me paralizo. Sus ojos se desnudan lanzando un relámpago sangriento, me incendio. En un instante, está junto a mí arrebatándome la respiración a cambio de jadeos.
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