miércoles, febrero 15, 2006

Anatomía de un Pensamiento Surrealista



El mundo físico todavía está allí. Es el parapeto del yo el que mira y sobre el cual ha quedado un pez color ocre rojizo, un pez hecho de aire seco, de una coagulación de agua que refluye.

Pero algo sucedió de golpe.

Nació una frágil intolerancia, con reflejos de frente, gastados, y algo como un ombligo perfecto, pero vago y que tenía color de sangre aguada y por delante era una granada que derramaba también sangre mezclada con agua, cuyas líneas colgaban; y en esas líneas, círculos de senos trazados en la sangre del cerebro.

Pero el aire era como un vacío aspirante en el cual ese busto de mujer venía el temblor general, en las sacudidas de ese mundo vítreo, que giraba en añicos de frente, y sacudía su vegetación de columnas, sus nidadas de huevos, sus nudos en espiras, sus montañas mentales, sus frontones estupefactos. Y, en los frontones de las columnas, soles habían quedado aprisionados al azar, soles sostenidos por chorros de aire como si fueran huevos, y mi frente separaba esas columnas, y el aire en copos y los espejos de soles y las espiras nacientes, hacia la línea preciosa de los senos, y el hueco del ombligo, y el vientre que faltaba.

Pero todas las columnas pierden sus huevos, y en la ruptura de la línea de las columnas nacen huevos en ovarios, huevos en sexos invertidos.

La montaña está muerta, el aire esta eternamente muerto. En esta ruptura decisiva de un mundo, todos los ruidos están aprisionados en el hielo; y el esfuerzo de mi frente se ha congelado.

Pero bajo el hielo un ruido espantoso atravesado por capullos de fuego rodea el silencio del vientre desnudo, y ascienden soles dando vueltas y que se miran, lunas negras, fuegos terrestres.

La fría agitación de las columnas divide en dos mi espíritu, y yo toco el sexo mío, el sexo de lo bajo de mi alma, que surge como un triángulo en llamas.

jueves, febrero 09, 2006

Diálogo entre un Sacerdote y un Moribundo (Marques de Sade)



Siempre me han preguntado que de dónde saco mis historias... bueno, son muchas las influencias.--- Aquí tienen una muy fuerte. Espero la disfruten tanto como yo.. no pretendo cambiar las creencias de nadie, solo pretendo que vean la otra cara de la moneda de la humanidad.

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SACERDOTE
Llegado a este instante fatal en que el velo de la ilusión se desgarra para enfrentar al hombre extraviado con el cruel espectáculo de sus errores y de sus vicios, ¿no te arrepientes, hijo mío, de los reiterados desórdenes a que te han conducido la debilidad y la fragilidad humana?

MORIBUNDO
Sí, amigo mío, me arrepiento.

SACERDOTE
Aprovecha entonces el poco tiempo que te queda para obtener del cielo, mediante esos venturosos remordimientos, la absolución general de tus pecados; y considera que sólo por intermedio del muy santo sacramento de la penitencia te será posible obtenerla del Eterno.

MORIBUNDO
No te entiendo más de lo que tú me has comprendido.

SACERDOTE¡Qué!

MORIBUNDO
Te dije que me arrepentía.

SACERDOTE
Lo he oído.

MORIBUNDO
Sí, pero sin comprenderlo.

SACERDOTE
¿Cuál es la interpretación entonces?

MORIBUNDO
Hela aquí... He sido creado por la naturaleza con inclinaciones muy vivas y pasiones muy fuertes; me hallo en este mundo sólo para entregarme a ellas y satisfacerlas. Como estas peculiaridades de mi ser obedecen a los designios primarios de la naturaleza o, si lo prefieres, son derivaciones esenciales de las intenciones que, en razón de sus leyes, ella proyecta sobre mí, sólo me arrepiento de no haber valorado suficientemente su omnipotencia.

Mis únicos remordimientos se fundan en el mezquino uso que hice de las facultades (criminales para ti, para mí las más simples) que la naturaleza me había otorgado para servirla. La he resistido a veces y me arrepiento. Cegado por la absurdidad de tus sistemas, en su nombre he combatido contra la violencia de los deseos, que había recibido por una inspiración mucho más divina, y me arrepiento. He recogido tan solo flores cuando pude hacer una vasta cosecha de frutos...
Tales son los precisos motivos de mi pesar; estímame lo bastante como para no atribuirme otros.

SACERDOTE
¡Dónde te arrastran tus errores, dónde te conducen tus sofismas! Das al objeto creado toda la potencia del creador; no ves que esta naturaleza corrupta, a la que atribuyes la omnipotencia, ha sido el origen de las desdichadas inclinaciones que te han extraviado.

MORIBUNDO
Amigo, me parece que tu dialéctica es tan falsa como tu espíritu. Me gustaría que razonases con mayor certeza, o que me dejaras morir en paz. ¿Qué entiendes tú por creador y qué por naturaleza corrupta?

SACERDOTE
El creador es el amo del Universo, quien todo lo ha hecho, quien todo lo ha creado, y el que conserva todo como resultado natural de su omnipotencia.

MORIBUNDO
He aquí un gran hombre, sin duda... Ahora bien, dime por qué este hombre tan poderoso ha creado, entonces, lo que tú llamas una naturaleza corrupta.

SACERDOTE
¿Qué mérito habrían tenido los hombres si Dios no les hubiera dejado su libre albedrío, y qué mérito habrían tenido en ejercerlo si no hubiera habido sobre la tierra la posibilidad de hacer el bien y la de evitar el mal?

MORIBUNDO
De modo que tu dios quiso hacer todo al revés únicamente para tentar, o para probar a su criatura. ¿No la conocía, entonces, no sospechaba, pues, el resultado?

SACERDOTE
La conocía, sin duda, pero quiso dejarle una vez más el mérito de la elección.

MORIBUNDO
¿Para qué? Si ya sabía el rumbo que el hombre tomaría, ¿por qué no lo indujo a seguir el buen camino, puesto que sólo dependía de él? ¿No dices acaso, que es todopoderoso?

SACERDOTE
¿Quién puede comprender los designios inmensos e infinitos de Dios sobre el hombre, y quién puede comprender todo lo que vemos?

MORIBUNDO
Aquél que simplifica las cosas, amigo, sobre todo aquél que no multiplica las causas para no oscurecer aún más los efectos. ¿Qué necesidad tienes de una segunda dificultad cuando no puedes comprender la primera? Y ya que es posible que la naturaleza por sí sola haya hecho lo que atribuyes a tu dios, ¿por qué quieres adjudicarle un amo? La causa de lo que no comprendes es, quizás, la cosa más simple del mundo. Perfecciona tu física y comprenderás mejor la naturaleza; depura tu razón, desecha tus prejuicios, y ya no tendrás necesidad de tu dios.

SACERDOTE
¡Desdichado!, confiaba en que sólo fueras sociniano. Tenía armas para combatirte, pero bien veo que eres ateo; y ya que tu corazón rechaza la inmensidad de las pruebas auténticas que cada día recibimos de la existencia del creador, no tengo nada más que decirte. No se devuelve la luz a un ciego.

MORIBUNDO
Amigo mío, convengamos en un hecho: que el más ciego de los dos debe ser, sin duda, el que se pone una venda antes que el que se la arranca. Tú edificas, tú inventas, tú multiplicas; yo destruyo, simplifico. Tú acumulas error sobre error, yo los combato a todos. ¿Quién de nosotros es el ciego?

SACERDOTE
Entonces, ¿no tienes la más mínima creencia en Dios?

MORIBUNDO
No. Y ello por una razón bien simple; que es perfectamente imposible creer lo que no se comprende. Entre la comprensión y la fe deben existir vínculos estrechos, la comprensión es el primer alimento de la fe; donde no hay comprensión, la fe está muerta. Y los que en ese caso pretendieran poseerla, se engañan. No te creo capaz de creer en el dios que predicas, porque no sabrías demostrármelo, porque no está en ti definírmelo, y en consecuencia no lo comprendes. Y como no lo comprendes no puedes proporcionarme ningún argumento razonable en su favor.

En una palabra, todo lo que está por encima de los límites del espíritu humano es o quimera o inutilidad; y no pudiendo ser tu dios sino una u otra de estas cosas, en el primero de los casos sería yo un loco de creer en él, un imbécil en el segundo. Amigo mío, pruébame la inercia de la materia y te concederé la existencia del creador, pruébame que la naturaleza no se basta a sí misma y te permitiré otorgarle un señor; hasta entonces no esperes nada de mí, no me rindo más que a la evidencia y a ésta la recibo únicamente de mis sentidos. Donde ellos se detienen mi fe queda sin fuerza. Creo en el sol porque lo veo, lo concibo como el centro de reunión de toda materia inflamable de la naturaleza; presencio su marcha periódica sin sorprenderme. Es un hecho físico acaso tan simple como la electricidad pero que nos está vedado comprender.

¿Qué necesidad tengo de ir más lejos? ¿Habré adelantado algo con que tú construyas tu dios por encima de todo aquello? ¿Y no precisaré entonces del mismo esfuerzo para comprender al obrero que para definir la obra? En consecuencia, no me has prestado ningún servicio con la edificación de tu quimera, has turbado mi espíritu, pero no me has aclarado nada, y en lugar de reconocimiento sólo te debo rencor. Tu dios es una máquina que has fabricado para servir a tus pasiones, y la haces funcionar a voluntad. Pero desde el momento en que esa máquina perturba mis pasiones debes encontrar normal que la haya tumbado.

Y justamente en el momento en que mi alma débil tiene necesidad de calma y de filosofía, no vengas a espantarla con tus sofismas, que la asustarían sin convencerla y la irritarían sin mejorarla. Amigo mío, mi alma es lo que ha querido la naturaleza que sea, es decir, el producto de órganos que ella se ha complacido en brindarme, conforme a sus designios y necesidades; y como tiene idéntica necesidad de vicios y de virtudes, cuando ha deseado llevarme hacia los primeros, lo ha hecho, cuando ha querido las segundas, me ha inspirado los deseos consiguientes, y me he entregado a ellas sin reparos. En esas leyes de la naturaleza que responden sólo a sus deseos y a sus necesidades debes buscar la causa única de la inconsecuencia humana.

SACERDOTE
De modo que todo es necesario en el mundo.

MORIBUNDO
Indudablemente.

SACERDOTE
Pero si todo es necesario, entonces todo está determinado.

MORIBUNDO
¿Quién te dice lo contrario?

SACERDOTE
¿Y quién puede regular todo lo que existe, sino una mano que todo lo puede y que todo lo sabe?

MORIBUNDO
¿No es acaso necesario que la pólvora se inflame cuando se le acerca fuego?

SACERDOTE
Sí.

MORIBUNDO
¿Y qué sabiduría encuentras en eso?

SACERDOTE
Ninguna.

MORIBUNDO
Entonces es posible que haya cosas necesarias sin sabiduría, y posible, en consecuencia, que todo derive de una causa originaria, sin que haya ni razón ni sabiduría en esta causa primera.

SACERDOTE
¿Adónde quieres llegar?

MORIBUNDO
A probarte que todo lo que es y lo que ves puede existir, sin que ninguna mano sabia y razonable lo conduzca. Efectos naturales deben tener causas naturales sin que haya necesidad de atribuirles orígenes antinaturales, tal como sería tu dios, quien, insisto, debería ser explicado sin proporcionar a su vez explicación alguna. En consecuencia, desde el momento en que tu dios no sirve para nada, es perfectamente inútil. Se supone que lo inútil es nulo y que todo lo que es nulo es nada. De modo que para convencerme de que tu dios es una quimera no necesito otro razonamiento que aquél que me proporciona la certeza de su inutilidad.

SACERDOTE
Conforme a esto, me parece superfluo hablarte de religión.

MORIBUNDO
¿Por qué no? Nada me divierte tanto como el exceso a que los hombres han podido llegar en materia de religión; el fanatismo y la imbecilidad son extravíos tan prodigiosos que su espectáculo, desde mi punto de vista, pese a ser horroroso es siempre interesante. Responde ahora con franqueza y sobre todo desecha tu egoísmo. Si fuera yo lo suficientemente débil como para dejarme sorprender por tus ridículos sistemas sobre la existencia fabulosa del ser que hace necesaria la religión, ¿bajo qué forma me aconsejarías que le rindiera culto? ¿Preferirías que adoptase los ensueños de Confucio antes que las extravagancias de Brahma? ¿Debo adorar la gran serpiente de los negros, el astro de los peruvianos o el dios de los ejércitos de Moisés? ¿A cuál de las sectas de Mahoma quisieras que me convirtiese? ¿O cuál de las herejías cristianas sería preferible para ti? Ten cuidado con tu respuesta.

SACERDOTE
¿Puede haber duda sobre cuál será?

MORIBUNDO
Lo que quiere decir que es egoísta.

SACERDOTE
Aconsejarte lo que creo equivale a amarte como a mí mismo.

MORIBUNDO
No; hacer caso a semejantes errores equivale a amarnos bien poco los dos.

SACERDOTE
¿Pero quién puede ser tan ciego ante los milagros de nuestro divino redentor?

MORIBUNDO
Aquél que no lo ve sino como el más ordinario de los bribones y el más vulgar de los impostores.

SACERDOTE
¡Oh dioses, lo escucháis y no tronáis!

MORIBUNDO
No, amigo mío, todo está en paz, porque tu dios — sea impotencia, sea razón, sea en fin lo que tú quieras, en un ser que admito sólo un instante, nada más que por condescendencia hacia ti, o si te place, para prestarme a tus pequeños designios— si existe, como tu locura lo pretende, no puede haber usado para convencernos medios tan ridículos como los que tu Jesús supone.

SACERDOTE
¿Cómo; acaso no son pruebas las profecías, los milagros, los mártires?

MORIBUNDO
¿Cómo puedes pretender razonablemente que acepte como prueba algo que no ha sido probado? Para que la profecía se convierta en prueba sería preciso que, antes, yo tuviera la completa certeza de que ha sido hecha; pero, he aquí que al estar consignada en la historia, no puede tener para mí más fuerza que la que tienen los demás hechos históricos, extremadamente dudosos en sus tres cuartas partes. Si a esto agregamos la más que verosímil sospecha de que nos son transmitidos por historiadores interesados, tendré, como ves, todo el derecho de dudar. ¿Quién me asegura, por otra parte, que esta profecía no ha sido hecha a posteriori; que no es sino el resultado de una muy simple política, como la que ve un reino feliz bajo el dominio de un rey justo o la helada en el invierno?

Con todo esto, ¿cómo quieres que la profecía, tan necesitada de prueba, pueda convertirse ella misma en prueba? En cuanto a tus milagros, ya no me engañan. Todos los pícaros los han hecho y todos los tontos han creído en ellos. Para persuadirme de la autenticidad de un milagro tendría que estar seguro de que el suceso así denominado fuese absolutamente contrario a las leyes de la naturaleza, pues sólo lo que le es extraño puede pasar por milagro. ¿Pero quién la conoce lo suficiente para atreverse a afirmar categóricamente cuál es el punto donde ella se detiene y cuál aquél otro en que ella es violada? No se necesitan más que dos cosas para acreditar un pretendido milagro: un volatinero y unas mujercitas; vamos, no pretendas encontrar otro origen a los tuyos, todos los sectarios novatos los han hecho y, lo que es más singular, todos han encontrado imbéciles que les han creído.

Tu Jesús no ha sido más original que Apolonio de Tiana, y sin embargo a nadie se le ocurre tomar a éste por un dios. Por otra parte, tu argumento más débil es, sin duda, el que se refiere a tus mártires; no es preciso más que entusiasmo y resistencia para serlo. En tanto que la causa opuesta me ofrezca tantos mártires como la tuya, no estaré jamás suficientemente autorizado para suponer a una mejor que la otra. Me siento en cambio muy inclinado a suponer a las dos dignas de lástima.

Ah, amigo mío, si el dios que predicas existiera realmente, ¿tendría necesidad de milagros, de mártires y de profecías para establecer su imperio? Y si, como dices, el corazón del hombre fuese su obra, ¿no sería ese el lugar que habría elegido como santuario para su ley? Esta ley justa, puesto que emanaría de un dios justo, se encontraría grabada de modo irresistible dentro de todos, y de un extremo al otro del mundo todos los hombres, igualándose por este órgano delicado y sensible, rendirían igual homenaje al dios de quien lo hubieran recibido; todos tendrían una sola manera de amarlo, una manera de adorarlo o de servirlo y se les haría tan imposible ignorar a este dios como resistirse a la íntima inclinación que sentirían por su culto.

¿Qué veo en el mundo en lugar de esto? Tantos dioses como países, tantas maneras de servir a esos dioses como diferentes mentes o diferentes imaginaciones; ¿y esta diversidad de opiniones en la que estoy prácticamente imposibilitado de elegir, sería para ti la obra de un dios justo? Vamos, predicante, ofendes a tu dios presentándomelo de esta suerte; déjame negarlo del todo, pues si existe, lo ofendo mucho menos yo con mí incredulidad que tú con tus blasfemias. Retorna a la razón, predicante, tu Jesús no vale más que Mahoma. Mahoma no más que Moisés, y los tres no más que Confucio, que en cambio dictó algunos buenos principios mientras los otros tres desvariaban; pero en general, todos estos personajes no son más que impostores, de los que el filósofo se ha mofado, en los que el populacho ha creído y que la justicia hubiera debido ahorcar.

SACERDOTE
Ay, esa justicia ha sido implacable sólo con uno de los cuatro.

MORIBUNDO
Con el que más lo merecía. Era sedicioso, turbulento, calumniador, pícaro, libertino, un farsante grosero y un malvado peligroso; poseía el arte de arrastrar al pueblo y se hacía en consecuencia digno de castigo en una situación como la que se encontraba Jerusalén entonces. Se demostró gran juicio al deshacerse de él, y es tal vez el único caso en que mis principios, extremadamente moderados y tolerantes por cierto, pueden admitir la severidad de Témis. Disculpo todos los errores, excepto aquellos que pueden tornarse peligrosos para el orden en que se vive; los reyes y sus majestades son las únicas cosas que se me imponen, las únicas que respeto. Quién no ama a su país y a su rey no es digno de vivir.

SACERDOTE
Pero, a pesar de todo, tienes que admitir alguna cosa después de esta vida; es imposible que tu espíritu no haya intentado alguna vez atravesar las tinieblas del destino que nos aguarda. ¿Y qué sistema puede haberlo satisfecho mejor que aquél que reserva una multitud de penas para el que vive en el mal y una recompensa eterna para el que vive en el bien?

MORIBUNDO
¿Cuál sistema? Pues el de la nada, amigo mío. Jamás me ha asustado, y no veo nada más consolador y simple. Todos los otros son obra del orgullo, éste solo lo es de la razón. De todas maneras, esa nada no es espantosa ni absoluta. ¿No tengo acaso bajo mis ojos el ejemplo de las perpetuas generaciones y regeneraciones de la naturaleza? Nada perece, amigo mío, nada se destruye en el mundo; hoy hombre, mañana gusano, pasado mañana mosca; ¿no es esto existir siempre? ¿Y por qué quieres que se me recompense por virtudes de las cuales no he hecho mérito, o castigado por crímenes que no he podido evitar? ¿Puedes conciliar la bondad de tu pretendido dios con este sistema; puede él haber querido crearme solamente para darse el gusto de castigarme, y ello únicamente a causa de una elección en la que no me deja alternativa?

SACERDOTE
Tienes alternativa.

MORIBUNDO
Sí, según tus prejuicios; pero la razón los destruye. El sistema de la libertad del hombre sólo fue inventado para sostener aquél otro de la gracia, que era tan favorable a vuestras ilusiones. ¿Dime qué hombre en el mundo, viendo frente a sí la imagen del cadalso, cometería un crimen si fuera libre de no hacerlo? Nos arrastra una fuerza irresistible y no somos ni por un instante dueños de decidirnos por otra cosa que aquella hacía la que nos sentimos inclinados. No hay virtud que no sea necesaria a la naturaleza y, análogamente, ni un sólo crimen del que ella no tenga necesidad. Justamente, en el perfecto equilibrio que mantiene entre unos y otros reside toda su ciencia. ¿Podemos, pues, ser culpables del camino al que nos arroja? No más que la avispa que clava su aguijón en tu piel.

SACERDOTE
¿De modo entonces, que el más grande de los crímenes no debe inspirarnos ningún horror?

MORIBUNDO
No es eso lo que digo; basta que la ley lo condene y que la espada de la justicia lo castigue para que deba inspirarnos aversión o terror. Pero cuando por desgracia ha sido cometido, es preciso afrontar los hechos y no entregarse a remordimientos estériles, que son totalmente inútiles pues no han podido preservarnos de él; y nulos, pues nada reparan. Es absurdo entonces librarse a ellos, pero más absurdo aún temer ser castigados en el otro mundo si hemos tenido la suerte de eludir el castigo
en éste.

Claro está que no quiero con esto incitar al crimen; es menester sin duda evitarlo tanto como sea posible, pero hay que saber huir de él por medio de la razón, y no por falsos temores que no conducen a nada y cuyos efectos son prontamente destruidos en un alma un poco firme. La razón, sí, amigo mío, solamente la razón debe advertirnos que dañar a nuestros semejantes nunca puede hacernos dichosos; y nuestro corazón indicarnos que contribuir a la felicidad ajena es el más grande goce que la naturaleza nos haya acordado sobre la tierra.

Toda la moral humana está contenida en esta sola frase: hacer tan felices a los demás como uno mismo desearía serlo y nunca causarles más daño del que uno mismo quisiera recibir.

He aquí, amigo mío, he aquí los únicos principios que debemos seguir, y no hay necesidad ni de religión ni de dios para apreciarlos y admitirlos, sólo hace falta un buen corazón. Pero siento que desfallezco; predicante, abandona tus prejuicios, sé hombre, sé humano, sin temor y sin esperanza; deja de lado tus dioses y tus religiones; todo eso no sirve más que para poner el hierro en la mano de los hombres y la sola mención de todos esos horrores ha hecho verter más sangre sobre la tierra, que todas las otras guerras y flagelos juntos. Renuncia a la idea de otro mundo, no lo hay, pero no renuncies al placer de ser feliz en éste y de hacer feliz a los demás.

Es la única posibilidad que la naturaleza te ofrece de duplicar tu existencia o de extenderla. Amigo mío, la voluptuosidad fue siempre el más querido de mis bienes, la he glorificado toda mi vida y he querido acabar en sus brazos. Mi fin se aproxima; seis mujeres más bellas que el día están en el gabinete vecino: las reservaba para este momento; toma tu parte, procura olvidar sobre sus senos, siguiendo mí ejemplo, todos los vanos sofismas de la superstición y todos los imbéciles errores de la hipocresía.

NOTA
El moribundo llama, las mujeres entran y el predicante se vuelve en sus brazos un hombre corrompido por la naturaleza, por no haber sabido explicar lo que era la naturaleza corrupta.