viernes, noviembre 17, 2006

La Invocación



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Aunque mi estimado veci veci Marcelito diga que parezco programación reiniciada... sé que a muchos les va a gustar

Danielys H
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Un instante después de haber terminado la Invocación, el suelo se llenó de hormigas, y las ventanas comenzaron a hervir con la febril actividad de gordas y enormes moscardas azules. En poco tiempo habrían logrado entrar. Sabía que el Libro aconsejaba dar gracias a Dios por haber permitido el contacto con los demonios, pero por algún motivo, aquello me pareció una blasfemia aún mayor que el acto que acababa de realizar. Una gigantesca polilla golpeó con fuerza contra la lámpara sobre mi cabeza. Miré al suelo, el círculo de tiza seguía intacto, y ninguna hormiga lo había traspasado.

De pronto, sentí un incontrolable estremecimiento. No había pensado que la presencia de aquellos insectos abominables pudiera afectarme tanto, pero verlos todos juntos, saliendo de ninguna parte y reptando por el suelo y las paredes de la habitación, me produjo una impresión nefasta. Sabía que no debía derrumbarme, que eso era lo que los demonios estaban esperando. Debía mantenerme dentro del círculo, y en aquel instante comprendí que contra mis previsiones iniciales, lo había dibujado demasiado pequeño. Apenas tenía espacio para mis pies, y temía borrar descuidadamente algún trazo esencial. Rápidamente, repasé el Libro, en busca del conjuro de despedida, sólo por si acaso. Mis manos recorrieron nerviosamente las páginas gastadas y crujientes, y estuve a punto de dejarlo caer, lo cual hubiera sido un desastre.

Levanté la vista hacia la ventana. Las moscas habían logrado entrar, pero se limitaban a permanecer ominosas en la pared, moviéndose espasmódicamente en espera de alguna señal por mi parte. Afuera se había levantado un terrible torbellino, porque los cristales golpeaban contra los marcos y el aire silbaba una canción espectral que por algún motivo me pareció que contenía palabras, aunque de ningún idioma que hubiera oído antes, y que sin embargo estuve a punto de entender. Contuve un inesperado impulso de dirigirme hacia la ventana para abrirla cuando ya casi mis pies habían comenzado a hacer el movimiento. Debía alejar de mi mente ese tipo de pensamientos.

Un aire frío invadió el recinto, y en mi piel se formaron pequeños bultos. Los brazos comenzaron a temblarme sin que pudiera contenerlos. Sabía que aquello era la señal de que los demonios habían entrado por fin, y de que estaban amargados como yo suponía. Miré a mi alrededor ansiosamente, pero no hallé señal alguna de su presencia. Realmente, pensé, no tenía ni idea de cómo podrían presentarse ni de cuál sería su número. Sobre mi cabeza revoloteaba nerviosa la polilla, golpeando una y otra vez contra la lámpara, pasándome junto a la cabeza y realizando ese fantasmagórico zumbido característico de las alas membranosas. Me pregunté si no sería aquella polilla...

Y entonces los vi sobre la pared. Eran rostros repulsivos y enloquecedores, apenas unas sombras que sin embargo poseían movimientos propios, y supe que me estaban mirando y que su mirada contenía un odio puro, indescriptible. Nervioso, repasé de nuevo el Libro, pero las páginas comenzaron a pasar a toda prisa ante mis ojos, como movidas por el viento, y tuve que detenerlas con la mano libre, mientras que con la otra apenas podía evitar que el volumen se me escapase volando. En la página que buscaba hallé sus nombres, Shrronghothoth, Abjadacsimm y Bheghosthrro, los pronuncié en voz alta. Las sombras de la pared parecieron agitarse borrosamente mientras tanto. Algo estaba mal. Deberían haber contestado, pensé. Cerré el Libro y lo guardé en el interior de mi camisa, para poder así sacar del bolsillo la lista con mis peticiones.

Pero de inmediato, una biblioteca cargada de libros se elevó unos centímetros en el suelo y comenzó a dar golpes contra la pared, haciendo caer algunos tomos al suelo. Pronto todos los demás muebles hicieron lo mismo, y en el piso observé que las huellas de algo grande e invisible se acercaban desde la pared de las siluetas hacia el círculo donde me encontraba, haciendo crujir la madera, y me estremecí, porque sabía que alguien no invitado había comparecido. Las huellas se detuvieron al llegar junto al círculo de tiza, y comenzaron a rodearlo muy lentamente, como un animal cerca a su presa antes de abatirse sobre ella. Cuando dieron una vuelta completa, que seguí aterrado con la mirada, las sombras de la pared se diluyeron y creí escuchar unas risas infantiles encerradas en un murmullo de conversaciones sin palabras.

Un hedor apestoso se adueñó de la habitación. Creí percibir los efluvios de excrementos animales, tabaco negro y sudor humano. Sentí ganas de vomitar, las ganas de correr hacia la ventana se acrecentaron de nuevo. Me encontraba paralizado por el terror, y cuando estaba a punto de abrir de nuevo el Libro para consultar el modo en que debía dar fin al aquelarre, una voz sonó a mis espaldas:

- ¿Quién eres?

Me volví rápidamente, casi trastabillando. Una figura borrosa se sentaba tranquilamente en el sillón del fondo, pero antes de que pudiera fijar mi vista en él, alzó un brazo y se encendió la lámpara de pie que estaba a su lado, sin apenas dejarme tiempo para acostumbrar de nuevo la vista a la recién creada luminosidad.

Era un joven, con el rostro delgado y demacrado, blanquecino… sin señales. El pelo, muy corto, y la barba, apenas sin afeitar. Me miraba fijamente tras unas ligeras gafas metalizadas; en sus ojos leí un desprecio tan profundo que hasta entonces no creí que pudiera existir. Vestía una sencilla camisa de cuadros abotonada hasta el cuello y unas pesadas botas militares. Lo reconocí en seguida, porque sabía que lo había visto antes espiando mis sueños. A su alrededor flotaban decenas de mariposas de brillantes colores, revoloteando junto a su cara y acercándose a la lámpara. Con una mueca horrenda, una sonrisa totalmente carente de alegría, volvió a decir:

- ¿Quién eres?

Aquella voz me aterrorizó. No se correspondía con el rostro que estaba mirando, sino con el de una mujer muy joven, casi el de una niña. Era tenebrosamente seductor, y por un instante estuve tentado de adelantarme, saliendo del círculo de tiza. Traté de pronunciar alguna frase, pero las palabras quedaron atrapadas en mi garganta, porque aún no sabía qué contestar, ni siquiera si debía decir nada en voz alta. No estaba seguro de que él supiera que yo estaba allí. Pero no fue necesario: de pronto, el demonio comenzó a emitir lo que parecían unas ensordecedoras gárgaras, que se transformaron en una risita infantil. La luz se apagó.

Me di cuenta que el corazón me latía demasiado rápido, y temí que algo pudiera ocurrirme, cuando el dolor se hizo más persistente. Necesitaba sentarme, pero una vez más lamenté la estrechez del interior del círculo protector. Me llevé la mano al pecho y traté de espaciar mi apurada respiración. Estaba sudando abundantemente, creí que tenía fiebre. ¿Me habrían encontrado dentro del círculo...? Era imposible saberlo.

En el rincón donde había estado el joven ya no había nadie. Fijé de nuevo la vista y creí percibir sólo ligeras sombras que se contorsionaban juguetonas por la pared. La pestilencia se acentuó y una vez más sentí ganas de abrir la ventana. Volví la vista hacia ella, y de improviso, ambas hojas se abrieron con una espantosa violencia, dejando pasar un fortísimo viento helado. Los cristales comenzaron a golpear furiosamente contra las paredes y temí que se pudieran quebrar.

El viento helado secó mi sudor, pero no se llevó la asquerosa fetidez. Los muebles comenzaron a golpear otra vez, los libros salieron despedidos en todas direcciones, y algunos cayeron por la ventana. En mi boca percibí los primeros síntomas del agrio vómito aproximarse y mi cuerpo convulsionó en una primera y dolorosa contorsión que casi me parte la espalda con un dolor seco. Traté de agacharme, aún dentro del círculo, y esta vez no sólo comprobé que no tenía espacio suficiente, sino que el Libro que había guardado dentro de la camisa me impedía doblarme. El armario abrió de golpe una de sus puertas, y el espejo que tenía en su interior se rompió en mil pedazos que pasaron peligrosamente junto a mi rostro.

Con mucho cuidado, extraje lentamente el Libro, y busqué nerviosamente entre sus páginas. Sin embargo, no era sencillo leer en la oscuridad, y mientras fijaba frenéticamente la vista en los arcanos, una ráfaga de viento me sorprendió, arrebatándome el Libro de las manos, y haciéndolo caer al suelo, muy cerca del círculo... pero fuera.

Definitivamente, el terror se adueñó de mí. Sabía que no podía abandonar la protección del círculo, pero necesitaba consultar el Libro para detener la desastrosa invocación. Me agaché dolorosamente, pero al acercar mi mano, las páginas se agitaron furiosamente, y el volumen salió despedido fuera de la habitación. Observé que en el suelo, el círculo de tiza comenzaba a desdibujarse con la acción del aire y lamenté no haber utilizado tiza roja. Sabía bien que una vez deshecho el círculo, yo quedaría a merced de lo que hubiera ahí fuera, de aquello que había convocado, y que no tendría ningún tipo de piedad.

Me llevé las manos a la cara, tratando de recordar. Eso era lo único que podía salvarme ahora. Traté de recordar la lectura apresurada, el modo de deshacer el conjuro sin peligro para el celebrante, pero en mi mente sólo había evocaciones danzantes de los momentos en que había retado al médium y de cómo había leído precipitadamente los primeros ensalmos, creyendo que todo sería seguro y sencillo. En mi mente se agolparon los recuerdos de los recuerdos, las figuras casi reales de lo que estaba pensando en el momento de lanzar el reto y de practicar el conjuro. Páginas crujientes y amarillas volaron en mi imaginación, pude sentir de nuevo el tacto grasiento del papel en los dedos, pero en ellas sólo había símbolos que apenas formaban palabras, y aun éstas carecían de significado para mí. Cerré los ojos con fuerza y algunas palabras volvieron a mi boca, para sólo escapar un instante después. Sólo entonces supe que jamás lograría recordar el hechizo de despedida, y desesperado, comencé a gritar, más allá de mis propias fuerzas. Chillé todo lo alto que me permitieron los pulmones, hasta desgarrar por completo las cuerdas vocales. Aullé cerrando los ojos con fuerza, haciendo coro con la cacofonía que ya se debatía a mi alrededor...

Y cuando abrí los ojos, la habitación estaba en calma.

La ventana, cerrada. El armario, con las puertas cerradas. Los estantes inmóviles, y los libros en su sitio. No había ningún insecto, y la luz de la lámpara sobre mi cabeza brillaba con la fuerza de sus cien watios. Ni la menor presencia de aquel hediondo miasma que había atufado mis pulmones. El único ruido era el de mi respiración acelerada y el de mis dientes castañeteando. Incluso la temperatura era de nuevo agradable, la proporcionada por el radiador. Y a mis pies, el círculo estaba completo e intacto.

Sonreí, y casi sentí que el dolor de la espalda había cesado. La felicidad me invadió y respiré profundamente. Abandoné el interior del círculo, y entonces... sólo entonces... llegó la negrura.

jueves, noviembre 09, 2006

Pintura al Oleo



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Tengo rato mirando las paredes de mi cuarto pensando que poner en el preámbulo...

Danielys H
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Andrés encontró un cuadro caminando por terrenos vírgenes.

Era un óleo que representaba a un bosque de Polylepis1. Abundaban los colores opacos, esencialmente el marrón para los troncos y el negro para las sombras. Se advertía, aún sin luna, que era de noche y unas estelas de niebla flotaban góticamente; por otra parte, tenía marcos de fino bronce con animales mitológicos tallados.

Lo llevó hasta su casa y lo colgó en la pared frontal a su cama.

Acostumbrado a lo rústico, era una suntuosidad que compensaba la monotonía de su trabajo y de sus hábitos. Vivía en soledad y en períodos de seis o cuatro meses le visitaba su hijo. Después, en sus meditaciones, se repasaban algunos fragmentos de los diálogos y de las posibles variantes en que se hubiesen convertido esos diálogos. Algunas veces también recordaba a su ex mujer. Tenía la sospecha de que su reemplazante, o sea quien ahora pasaba las noches con ella, era dueño de una importante fortuna económica.

Una mañana se despertó con un raro miedo.

El sol invadía por el ventanal y se reflejaba en los marcos de bronce del cuadro. Al mirarlo, el reflejo acertó en sus ojos y así el cuadro parecía estar atrás de un vidrio empañado. Entonces creyó ver, asomando desde atrás de uno de los árboles del bosque, el dibujo de un diablito. Se frotó los ojos para asegurarse de la imagen... pero ya no había nada.

Esa noche creyó nuevamente verlo.

Parecía el dibujo de un diablito que lo espiaba desde atrás de uno de los árboles del bosque. No podía estar seguro de no haberlo visto. Aunque cuando fijó la vista se esfumó... no podía estar absolutamente seguro de no haberlo visto. Durante las semanas siguientes le pareció verlo otras veces, algunas noches, cuando volvía de trabajar, o antes de irse a dormir, siempre de reojo, lo encontraba espiando desde atrás de un árbol e inmediatamente se desaparecía. Tal vez escondiéndose en el interior del bosque... Apenas lo tenía en cuenta, sólo le quitaba algo de su atención y, cuando lo recordaba, lo hacia sin miedo; A veces hasta le resultaba divertido. Una broma consigo mismo: jugar a descubrir al personaje que se escondía en algún lugar del bosque. El pequeño demonio -o lo que creía ver- estaba muy toscamente dibujado, rudimentario y simple, era de palitos, con la cabeza de un triángulo, el tridente y los cuernos. Tal cual el dibujo que un niño hubiese hecho con un creyón... sin embargo tenía algo, una gracia especial, porque parecía vivo.

Andrés se juntaba todas las semanas a jugar al póquer con dos campesinos aledaños. Uno de ellos tenía un nombre que para él era un poco raro: Tomeu. El otro se llamaba Santiago, pero ellos le decían "Barril". En esos tiempos, había comenzado a crearse una pelea con Tomeu. Las apuestas no eran de dinero, eran de tiempo de trabajo y, contra la inocuidad que al principio le atribuían, apostar tiempo de trabajo alentaba los rencores. Andrés se sentía alegre porque había ganado las últimas veces, pero ahora su deseo era que Tomeu no vuelva a perder. Y al oír el ruido de los caballos golpeando el camino de tierra, indicación de que llegaban, sintió incomodidad.

Pero no venían los dos sino sólo Barril. Encendieron la chimenea y organizaron las cartas para el póquer. Barril, al igual que las otras veces, parecía intrigado por el cuadro y lo observaba meditabundo.

- ¿Me has dicho que lo encontraste tirado en el campo?

Andrés sospechaba que se había volado del cargamento de algún camión y se lo dijo. También le dijo que lo que más le sorprendía era que ni el rocío ni las lluvias lo hayan estropeado.

- Pudo haberse caído el mismo día, antes del rocío. Ahora que lo pienso, alguna vez creo que vi camiones que cargaban muebles por esta zona.

Barril a lo seguido cambió de tema.

- ¿Crees en la luz mala?

- ¿Esa superstición?... No... Acá en el Páramo2 la gente dice cualquier estupidez...un poco de ocio, de aburrimiento y nacen esas leyendas... - aguardó unos segundos reflexivo antes de continuar - ... ¿Por qué lo preguntas?...

- ...La otra vez yo.. Estaba muy angustiado... vas a decir que estoy mal de la cabeza... pero... la otra vez estaba muy angustiado ...¿Y de dónde venia la angustia?... ¡No tenía motivos para angustiarme!...Creí que eran olas de angustia que estaban afuera de mí... que venían desde lejos avanzando por el campo y cuando llegaban hasta mí me sacudían los pensamientos.... Había niebla.... y creí ver una luz... Tal vez la angustia venia desde la luz.... Lo interrumpió.

- ...¿Y si la angustia venía de adentro de tu cabeza?...

- ..Yo no soy nada de creer en esas cosas... la luz mala...¡que estupidez!... pero porque... es raro que un lugar tan tranquilo como este sienta esas angustias...

Golpearon la puerta y segundos después ya los tres se hallaban, listos para el juego, hablando de cómo habían pasado la semana.

No continuaron la conversación de la "luz mala" porque Tomeu, el recién llegado, era un hombre típico del campo, un campesino fiero, hasta llevaba una cicatriz de una pelea con oso frontino... no era un hombre para hablar de esas cosas. Andrés lo miraba con otra angustia, la angustia concreta de pelearse por el póquer.

En el tiempo de espera en que se repartían las cartas, en cada "mano", él lo indagaba... ¿era Tomeu capaz de enojarse hasta llegar a una pelea? Allí el pueblo más cercano se situaba a cientos de kilómetros, si se peleaban el único límite lo tendrían que poner los propios peleadores. De vez en cuando se fijaba si en el cuadro asomaba el pequeño diablo... no sentía miedo, sólo un poco de sarcasmo y de ironía. "A ver mi amigo. A ver si me das un saludo"

Las primeras buenas cartas que recibió Andrés fueron un "color" de corazones y burlándose de sí mismo lo relacionó con su ex mujer. Tiempo después tuvo un "full" y obtuvo una importante cantidad de fichas. El juego se fue desenvolviendo de tal modo que el montoncito de fichas de Tomeu disminuía y el de él aumentaba, tal cual había ocurrido las últimas veces. Barril ganaba o perdía en intervalos cambiantes; sin embargo, también se preocupaba por la creciente molestia de Tomeu, por el riesgo de una pelea entre su amigo y el anfitrión.

Cuando finalizó el juego Tomeu se despidió saludando con un "Hasta luego" general muy tranquilo y algo seco. Cabalgó sin lentitud pues esta vez no esperaba a Barril. A pesar de que Barril siempre lo acompañaba un tramo del camino de vuelta.

Una gran molestia y enorme frustración marcaban su ánimo. Había perdido más que las veces anteriores, así ya no le quedaba tiempo libre. Había ido a jugar para ganarse un descanso que le compense el excesivo trabajo. En sus pensamientos se repasaban las jugadas en las que había perdido más fichas. Eran casi todas jugadas en donde se había enfrentado con el anfitrión, o sea, con el dueño del cuadro.

Al caballo lo sentía perezoso y lento, a la montura la sentía incómoda y cuando tuvo que detenerse por la tranquera casi eran golpes sus palmazos a los mosquitos. Cerca de la mitad del camino sintió un miedo que no pudo explicarse.

Era un miedo que se había impuesto, un miedo cada segundo más intenso. Nada raro ni amenazante sucedía. Ningún cambio repentino, ningún aumento en la densidad de la niebla. Por momentos le parecía que el caballo se conducía por si solo como si las riendas se movieran en falso. También le parecía que, de un momento a otro, le estuvieran por tocar el hombro. Era como si lo estuviese acompañando una presencia y, a veces, fantaseaba que las vacas giraran la cabeza para seguirlo con la mirada.

Cuando llegó a su casa se despabiló del miedo. Le restó importancia y lo olvidó. Ahora pensaba nuevamente en la derrota en el juego. Más de una vez Andrés le había contado que su hijo lo visitaba y hasta le había citado algunos fragmentos de los diálogos que con su hijo tenia. Tomeu, ahora, se imaginaba a Andrés diciéndole a su hijo: "Acá en realidad no trabajo nada pues siempre ganó al póquer... y los vecinos trabajan por mí... ellos hacen mi trabajo"

Mientras tanto, Andrés, meditaba sentado sobre la cama. Se sorprendió de sentir un miedo repentino.

El viento agitaba las ramas de los frailejones pero ya conocía ese ruido. No era para tener miedo. El cuadro tenía una esencia misteriosa, como un resplandor invisible que de alguna manera se notaba. Junto con los colores sombríos propios de la representación, un bosque al anochecer o a una hora de escasa luz solar, coexistían flores rojas. Estas flores aparentaban ser gladiolos, su color era similar al rubí y brillaban como si fuesen brazas encendidas. Las veces en que había creído ver al pequeño diablo, éste era del mismo color. Pensó que quizás el diablo era una ilusión óptica, un truco intencionalmente buscado por el macabro pintor.

" ...¿Por qué este cuadro me da miedo?...¿Qué es lo que tiene?..."

A la mañana siguiente se despertó un poco más tarde que de costumbre. Ya no recordaba nada de la noche anterior y tarareaba una canción. Sentía mucha satisfacción por su ganado tiempo libre así que llevó una silla junto con un café y un pan horneado al jardín.

Al poco tiempo, en el horizonte vio una silueta borrosa que se engordaba, no la distinguía bien pues el sol matinal era incandescente. La silueta se transformó en una sombra y después en un hombre que se acercaba a caballo. Era Tomeu y cuando estuvo a unos pocos metros pudo advertirle el gesto adusto.

- ¿Disfrutando de esta espléndida mañana, mientras que tu amigo hizo ya el trabajo?

Recordó que, mientras se despedían, la noche anterior, Barril le había dicho: "Tomeu se enoja porque pierde. Eso no es de un hombre. Y si no le gusta perder que no juegue"

- ¿Por qué callas? ¿La vagancia te ha vuelto mudo?....Puedes hablar.. Al fin y al cabo no es tanto esfuerzo...

Como pudo le respondió que así eran las reglas del juego. Creyéndose simpático, agregó que en la próxima partida tal vez podría tocarle ganar a él. Entonces Tomeu subió aun más el tono de voz, casi hasta el grito.

- ¡Ya decía yo que la pereza ordena las ideas! - puso voz de falsete - "La próxima vez podrá tocarme a mí"... - volvió a su voz ronca - muy cierto. Escucha bien esto... la próxima me va a tocar a mí. Pero no va a ser la semana que viene ni vamos a jugar los tres... Dejó un silencio que parecía disfrutarlo. Por debajo del sombrero apareció una mueca cínica tan grande que casi ocultó la cicatriz que Tomeu sufría en su rostro.

- La próxima vez, caballero, será hoy por la noche y solamente estaremos tu y yo. - luego de unos segundos continuó - Hoy a las once de la noche voy a tocar la puerta de tu casa y hoy a las once de la noche tú me vas a abrir.

Dicho esto, dio un fustazo al caballo, se sostuvo el sombrero a modo de saludo y se fue. Cuando se alejaba, Andrés lo seguía con la vista imaginándose lo que seria pelearse con él. Se imaginaba a Tomeu usando un gran cuchillo y a él usando otro gran cuchillo. Los dos dando vueltas en círculos, uno enfrentado al otro, sin decidirse a tirar la estacada. Su preocupación no era por él, era por su hijo. El riesgo era abandonarlo... la orfandad, dejarlo solo en el mundo; su hijo lo tenía a él y casi a nadie más y si le pasaba algo éste quedaría sin ningún confidente, quedaría solo, sin su padre. Tomeu de allí no fue a su casa. La rutina de trabajo le quitaba el tiempo necesario para los viajes de ida y de vuelta.

El día anterior había solucionado el almuerzo preparándose un sándwich. Esta vez, en cambio, Barril le había invitado a un pequeño asado.

Barril no estaba de acuerdo con la idea de Tomeu de jugar al póquer esa misma noche con Andrés.

- Si juegas hoy - le decía - vas a inaugurar esa práctica de los partidos de a dos. ¿Por qué no esperas una semana y no dejamos de lado la regla de jugar solamente los jueves?

Tomeu insistía mostrándole su tediosa rutina de trabajos. Hablándole de las vacaciones continuas en que ellos dos y, especialmente él, le obsequiaban con sus derrotas al póquer a Andrés.

- Es malo este sistema que tenemos de apostar tiempo de trabajo - reflexionó Barril - Alienta el resentimiento mucho más que el propio dinero.

No se pusieron de acuerdo.

Ambos coincidían en que era injusta la magnitud de las ventajas que Andrés recibía del póquer, pero no coincidían en que eso autorizaba el juego de dos. Tomeu cada vez insistía en la pereza de Andrés que, ganando al póquer, los tenía a ellos dos trabajando como si fueran sus empleados. Como la ira seguía subiendo y el tono de las palabras también, Barril decidió cambiar de tema para calmarlo.

- ¿Y tu perro sigue loco o ya anda un poco mejor?

- Sigue... cada vez esta más asustado....¿Qué le puede pasar?...Hace casi un mes que sigue igual... ¡Es un perro grande, fuerte, de guardia!... ¡No puede andar llorando todo el día! ...Está asustado... muy asustado... ayer lo vi ladrándole a un árbol... lo acaricié para tranquilizarlo... pero no sé qué le pasa... llora con su aullido agudo todas las noches... ¡Está loco!...

Eran las diez de la noche y Tomeu andaba a caballo por el camino de tierra. Iba a la casa de Andrés, a jugar al póquer de a dos prometido. Sin darse casi cuenta, suavemente, comenzó a sentir algo raro.
No quería continuar, antes se sentía muy decidido, contento. Ahora que sólo había cabalgado diez minutos, le nacía el deseo de volver. ¿De dónde le vino ese deseo de volver? Parecía externo a él. Quería volver corriendo a su casa y esconderse abajo de la cama. Mientras el caballo avanzaba cada vez sentía más ganas de volver. Como si algo terrible estuviera por ocurrir.

¿De dónde le salía ese deseo?

Una espesa nube ocultó a la luna. Todo se cubrió de sombras. Las ramas de los árboles del costado del camino dejaron de moverse, había cesado el viento. Disminuyeron hasta el silencio los ruidos de los grillos. Pasaron así diez minutos. Tomeu sentía miedo.

El caballo tornó sus ojos de un fulguroso color, como de fuego... irradiaba una luz color rubí. El animal empezó a correr a una velocidad que nunca antes Tomeu había sentido ni visto. Por fin, saltó limpiamente el alambre y se internó sin perder aceleración en las hectáreas del ganado. Frenó salvajemente y Tomeu se deslizó con un golpe doloroso rodó hasta el pasto.

Ahora Tomeu se hallaba en el medio del campo y notó el raro aspecto de los ojos fulgurantes. La oscuridad era tan extrema que del resto del animal sólo se veía una sombra y por eso tardó unos segundos en darse cuenta de que éste ahora corcoveaba para golpearle o para pisotearlo. En su chaqueta guardaba un revólver que traía consigo por si el póquer se convertía en una pelea. El primer tiro lo erró por la falta de luz... lo que más le incomodó fue la sensación de que una presencia lo estuviera acompañando.

Una presencia que parecía divertirse con su lucha.

El segundo tiró hizo blanco y el animal se desplomó. Ahora avanzaba casi a tientas en la oscura noche, su paso era similar al de un sonámbulo o tal vez al de un sicótico. Giraba sobre su cuello en intervalos cada vez más cortos; era como si lo acompañase una presencia, como si de un momento a otro le estuvieran por tocar el hombro. Ahora recordaba que la noche anterior también había sentido eso pero... ¿quién lo acompañaba? Era tan oscura la noche que si hubiese alguien probablemente no lo podría ver. Horrorizado advirtió que desde el cielo se acercaban ojos iguales a los del caballo. Eran aves, cuervos, buitres, palomas, que en conjunto se acercaban casi en un orden armónico. Un pájaro con el pico le arrancó un pedazo de carne. Otro pájaro tímidamente imitó al primero... y después otro más y otro más y otro más. Minutos después cayó vencido sobre el pasto. Su rostro se mutaba segundo a segundo, perdía forma y coloración.

De pronto algo le regalo una esperanza. El ladrido furioso de su amado perro, Milton, se escuchaba cada vez más fuerte. Era obvio que el animal corría hacía él.

- ¡Milton!... ¡Milton!... ¡Milton!...

Gritaba y el ladrido se escuchaba más fuerte pero cada vez él gritaba menos pues ya se estaba comenzando a desangrar y se debilitaba segundo a segundo. El mismo perro que antes lloraba sin cesar ahora corría valientemente en su auxilio y no lloraba sino que ladraba con un ladrido muy potente y bravo.

- ¡Milton!... ¡Milton!...

No pudo gritar por tercera vez. Ya estaba demasiado débil. Si disparaba unos tiros, pensó, el estruendo tal ahuyentaría a los pájaros. Ahora le era difícil sacar el arma nuevamente de la chaqueta. Las mordidas y el dolor habían debilitado su brazo. Cuando disparó el grupo de pájaros ni siquiera se inmutaron.

- ¡Milton!... ¡Milton!...

Acumulaba todos sus esfuerzos para cada grito, ya sin casi intentos de quitárselos de encima. Y cesaron sus alaridos cuando las heridas en su cuello eran tan profundas que alcanzaron su garganta, luego se le descubrió una parte del intestino. El intestino emanaba un fétido hedor que atrajo ratas y otros animalitos.

*****
Desde las nueve de la noche que Andrés se deleitaba con el whisky.

Quería sacudirse su incomodidad por la posible riña en que pudiera tal vez degenerar el póquer. Ahora eran las once y de un momento a otro podría sonar la puerta escuchándose la voz ofuscada de Tomeu. El alcohol hacía efecto en él, pero de todas maneras pensaba en su hijo, no quería dejarlo solo en el mundo.

Sin darse cuenta tenía la vista fija en el cuadro y quiso saber si atrás de algún árbol se ocultaba el diablito. Le había tomado simpatía al cuadro. Su nueva conjetura era que aquel demonio cambiaba de lugar cuando las condiciones lumínicas se alteraban siquiera sutilmente. Una sombra por allí lo harían aparecer detrás de un árbol y un reflejo por allá lo harían formarse detrás de otro. Dependía de circunstancias físicas, la luz y las sombras... una ilusión óptica.

Esta vez lo vio con una enorme y sobresaliente sonrisa. Asomaba desde atrás de un árbol, la cola con la punta y el tridente en la mano. Nada era tan nítido como la cabeza en la que incluso se veían dos pequeños cuernos. Estaba muy mal dibujado, a diferencia de todo el cuadro que si era una obra de arte, el diablito era muy rudimentario. No obstante, algún disimulado efecto artístico habría de tener ya que parecía muy real. Cerca del cuadro no se veía, eran sólo flores rojas que, pertenecían al bosque.

Andrés nuevamente tomó el desayuno con la silla en el jardín para disfrutar del amanecer. Le dolía la cabeza por el alcohol. Era como si le estuvieran dando martillazos. Luego se fue a preparar al molino, moviéndose sin apuro pues aún le sobraba tiempo ganado en el póquer a sus compañeros.

En el horizonte su vista encontró una silueta y a los segundos un jinete a caballo. Aunque por la lejanía no era posible distinguir al jinete, si era posible ver que llevaba una bolsa. Cuando advirtió que se estaba acercando hasta él bajó del molino para recibirlo. En son de broma, se dijo: "Voy a hacer una apuesta contigo, cuadro... Si es Tomeu el que viene: te vas a guardar a ese diablito en una parte del bosque tan profunda que ya no lo pueda ver nunca mas... Si no....te permito hacer conmigo lo que desees". El que se acercaba era Barril. Algo raro, aunque ellos dos siempre se juntaban a dialogar, nunca sus encuentros eran sorpresivos, siempre los arreglaban con anterioridad. Se saludaron con menos simpatía que de costumbre.

- Tomeu fue a jugar a las cartas ayer a tu casa. ¿No es así?

Asintió y, luchando contra el dolor de cabeza, preguntó si sabia algo acerca de Tomeu.

- Quizá esto te pueda dar una idea.

Barril arrojó la bolsa que rodó en el pasto hasta chocar con un pedazo de cemento de una construcción a medio terminar que se ubicaba al lado del molino. Al levantarla Andrés se topó una nube de pastoso hedor, un hedor que le recordaba las épocas en que había trabajado en una refinería de grasa, encontró en el interior de la bolsa una calavera en la que todavía quedaba un ojo y un poco de seso.

- Lo que tienes en la mano es la cabeza de Tomeu.

Iba a enojarse por la manera con que Barril explicaba la muerte de su amigo en común pero al verle supo que le afectaba ello tanto como a él. Mas aún, el rostro de Barril le recordaba el ánimo que había tenido él mismo la vez en que su ex-mujer lo había dejado. Su amigo le pidió de dormir en su casa, según dijo sentía preocupación de dormir solo esa noche después de lo que le había ocurrido. "¿Y cómo confías en yo no maté a Tomeu?" pensó mientras le daba la bienvenida. Las nubes tapaban completamente la superficie del cielo y el viento soplaba con fuerza; en poco tiempo era probable que se desencadene una tormenta.

- ¿Te puedo hacer una pregunta?

Ahora entre los dos ataban las riendas del caballo de Barril a un palo del alambre de púas.

- ¿Nunca le has encontrado nada raro a ese cuadro que tienes en tu casa?

Le dijo que no. Mientras lo decía, en un desfile memorístico, todas las veces en que había visto al diablito pasaban ante sus pensamientos. Los dos ordenaban la casa para la noche, en silencio.

Tenían un compañerismo que a Barril le hacía recordar los tiempos en que fue marinero de un barco mercante. La noche anterior, a la espera de Tomeu, Andrés se había entretenido jugueteando con las cartas y bebiendo anís. Ahora, residuo de aquello, aún quedaban las cartas desparramadas sobre la mesa así que propuso a Barril de jugar póquer, una manera de distraerse o de disminuir los nervios que sentían. Ambos resbalaban cerca del abismo de la locura, por momentos se reían de chistes insulsos y por momentos levantaban la voz casi hasta el grito.

- Juguemos, pero esta vez que la apuesta sean nuestros sueldos y no nuestro trabajo.

La victoria la mantuvo en las primeras diez manos el dueño de casa, triunfó acabando en poco tiempo con el sueldo de Barril; éste se rascaba la chiquita y grasienta nariz con nerviosismo, también se acomodaba el pelo, una y otra vez revisaba los bolsillos de su campera. Así pasaron diez minutos en los que ya estaba apostando sueldos futuros. Repentinamente encontró marcas con pintura roja en tres ases del mazo, buscó el as y también tenía la misma marca. Mientras señalaba las cartas se levantó de la mesa con un revolver recién desenvainado, Andrés se asustó poco del arma de Barril, vio, atrás de uno de los árboles del cuadro, en un movimiento ágil, asomarse la cabeza aquel personaje.

Presenció cada uno de los movimientos del diablito, desde que asomó sus cuernos hasta que sacó toda la cabeza al descubierto. Enfrente a la nitidez del dibujito del demonio, Barril con su arma era semejante a una hormiga amenazando con sus tenazas.

- Muy sencillo era ganar conociendo el juego de los otros. Y así nosotros trabajábamos para ti. ¿Te sentías muy inteligente no es cierto?
Dio unos pasos para atrás hacia su lecho. Fingiendo que tropezaba se recostó bruscamente, simulando una caída. Tanteaba el colchón, buscaba un rifle cargado que, al igual que las cartas, era también una huella de la noche anterior. Cuando lo encontró, el movimiento brusco fue su estrategia, a pesar de que entre Barril y él sólo mediaba una silla. Con la misma punta del rifle golpeó el arma de Barril haciéndole retroceder y sin pensarlo, presionó el gatillo.

Moribundo, Barril se revolcaba con furia.

Una y otra vez gritaba que el disparo había sido absurdo, gritaba que los dos eran amigos. Gritaba que con el revolver él nunca lo hubiese lastimado. Andrés cargó el rifle y le dio un segundo disparo… Minutos después le dio otro disparo más. El cadáver de Barril reposaba contra el suelo y la sangre se expandía como un lago sobre las baldosas.

El diablito ya no se veía, quizás andaba por algún lugar del bosque no expuesto a la vista. Aquellos marcos de fino metal, con sus dragones tallados, ahora le parecían los bordes de una ventana; pensó que aquel dibujo era un demonio y que de alguna forma vivía. La soledad le daba vértigo, muerto Tomeu y muerto Barril, era el único testigo de lo que estaba ocurriendo. Cierta vez, muchos años atrás, un amigo le había dicho "Las bestias que la imaginación cría... crecen en la soledad". Ahora la soledad absoluta lo golpeaba.

Nadie participaba de lo que ocurría, con nadie lo iba a hablar...y era difícil suponer cual sería la reacción de otra persona ante eso; se asomó a la mesa para fijarse nuevamente en aquellas marcas de los tres ases que él no había hecho. No vio esta vez esas marcas con pintura roja. Se habían desaparecido.

Meditó los acontecimientos mientras estaba sentado sobre la cama.

Pensó en quemar el cuadro... pero quizás así se liberaría su habitante... sería mucho peor. Ya le había perdido aquella vieja simpatía, ahora le tenía demasiado respeto. Todos los ruidos le causaban sustos, hasta el ruido del ganado, inclusive el ruido de la puerta al abrirse por el viento. El saberse solo le aumentaba el vértigo, la soledad lo sumergía como un lento remolino en la pérdida de control de lo que estaba viviendo. Tenía miedo de si mismo, se imaginaba agarrando bien fuerte con sus dos manos el rifle; después se imaginaba gatillando sobre su propia sien. La imaginación era muy real y sentía miedo de perder el control y de llevarla a la práctica.

Arrastró el cadáver por el piso para sacarlo de la casa. Cien kilos eran difíciles de arrastrar, además el cuerpo chorreaba sangre volviendo resbaloso el piso. Ya en el jardín, necesitaba moverlo por tierra hasta el sitio que eligió para enterrarlo. Empezó a cavar un pozo de mucha profundidad.

El cielo cada vez estaba más oscuro pues las nubes se superponían unas a otras.

Escuchó un sonido agudo parecido a una sirena que se acercaba hasta él. El sonido aumentaba segundo a segundo: sintió un escalofrío de temor. Era el llanto de un perro y ahora lo vio acercarse corriendo a él por el campo de trigo; cuando estaba a pocos metros lo identificó. Era "Milton", el perro de Tomeu.

- Milton... ¿qué te pasa amigo?

El perro lloraba y tenía los ojos desorbitados del temor. El lo acariciaba pero el perro lloraba cada vez más con un chillido agudo.

- ¿Qué es lo que viste que estas tan asustado?...Ven...Yo no voy a dejar que te pase nada...

Después continuó cavando el pozo para enterrar el cuerpo de Barril. Tardó una hora en terminar al pozo pues deseaba hacerlo muy profundo para que el olor a podrido no delatara los sucedido. Mientras lo hacía Milton lo miraba sin dejar de gemir con su chillido agudo. Arriba del pozo, finalmente, puso una montaña de tierra y una rudimentaria cruz de palos y de sogas.

Fue a buscar el caballo de Barril, pensaba irse lejos del campo. Su deseo era no permanecer un segundo más allí. Luego de unos pasos apurados lo alcanzó con la vista, éste se había recostado sobre el pasto, tumbando en su movimiento a todo el alambre de púas. Al acercarse más comprendió, estaba muerto, sin heridas aparentes, con la piel fría. Quería hablarlo con alguien....necesitaba saber cual sería la reacción de otro ser humano ante eso.... A la ruta, entonces, debía llegar a pie. Si emprendía la caminata a esa hora de la tarde, amén de la lluvia, era seguro que lo iba a sorprender la noche tampoco se atrevía a caminar solo durante la noche en el campo acompañado por aquel perro asustadísimo. Por otra parte era mala la idea de pasar una noche más en aquella casa, durmiendo enfrente al cuadro así que decidió esperar hasta el día siguiente: una noche más enfrente al cuadro.

Abrió la ventana antes de recostarse para ventilar el fétido olor de la sangre sobre el piso, minutos después, entraron unos murciélagos. Afuera el perro continuaba gimiendo en chillido parecidos a los de un lobo.

No se animaba a mirar el cuadro, tenía miedo de llevarse una sorpresa. Hacia la ventana y hacia la pared iban sus ojos. "¿Y si me voy de esta casa maldita ahora mismo?... ¿Y si no duermo una sola noche mas acá?"

A excepción del llanto del perro todo era silencio. Ni siquiera el ruido de los grillos se oía. Quería mirar al cuadro y sacarse la duda de sí en ese instante asomaba el diablito. La duda era leña nueva sobre el fuego de su miedo. Por su mente no dejaban de pasar imágenes absurdas mientras miraba hacia la ventana, torciendo la cabeza lejos del cuadro. Escenas donde el diablito se asomaba, quizás hasta se sonreía; tal vez desde el cuadro nacían dos brazos, seguramente eran unos brazos pegajosos que se acercaban lentamente hasta su nunca. Tal vez los brazos ya estaban a pocos centímetros de su nuca.

A la mañana siguiente algo muy raro sucedía, recordaba haber dormido bien. Minutos después sus botas se adentraban en la maleza, camino a la ruta; a su lado iba Milton ya un poco más tranquilo. Al ver para atrás encontró una imagen opaca, a todo le faltaba luz, tanto a la crucecita improvisada para identificar al muerto, como a los árboles que rodeaban la casa. También al caballo que se le veía sólo la cabeza y que, seguramente, habría juntado ya un grupo de moscas.

A la una de la tarde llegó a la ruta. Allí hacía señales para detener a los automóviles y camiones que pasaban dejando tras de si una ráfaga de viento. Sin darse cuenta lo atraparon las meditaciones. Se acordaba, ahora, de un sueño que había tenido.

En el sueño él se metía en el bosque del cuadro, andaba por entre las estelas de niebla y las sombras. Los troncos de los árboles lucían gotitas de agua sobre la superficie; se escuchaban ecos aislados que contenían una esencia tranquila, muy tranquila. Era difícil avanzar, los obstáculos estaban muy próximos unos de otros y la luz llegaba muy reducida; en algunos trechos, aquellos anémicos rayos del sol insinuaban tornarse de un aspecto celeste o azul. No podía recordar como fue que se encontró con el diablito. Este fragmento del sueño se le escabullía de la memoria, ignoraba si se le tembló todo el cuerpo del miedo o si se entusiasmó… Sólo recordaba que el pequeño demonio le había dicho "LLEVA ESTE CUADRO SIEMPRE CONTIGO, TE FAVORECERÁ Y TE COLMARÁ DE FAVORES".

Ahora se le repetían esas palabras: "Lleva este cuadro siempre contigo, te favorecerá y te colmará de favores".

Pasaba una hilera de autos sin detenerse y las palabras volvían: "Lleva este cuadro siempre contigo, te favorecerá y te colmará de favores". Pasaba un camión y el camionero tampoco se detenía a llevarlo, y él suponía que el camionero lo miraba por el espejo retrovisor divertido de no llevarlo, entonces otra vez en su pensamiento escuchaba "Lleva este cuadro siempre contigo, te favorecerá y te colmará de favores".

Seguro que era la expresión de un deseo, pensó, pero... ¿y si era verdad? A él no le había ocurrido nada malo y su fortuna en el póquer se había triplicado. Su racha de victorias había sido anormal. A tal punto anormal que llamó la atención de Tomeu. No era sencillo atribuirla sólo a una sucesión de coincidencias. ¿Y si era verdad? Ese cuadro le daría muchos beneficios, tal vez. Ahora que miraba los autos de la ruta pasar a su lado, tomaba conciencia de lo difícil que era la vida de sus conductores. Tan competitiva, tan despiadada.

Tomaba conciencia sobre lo difícil que podría llegar a ser la vida en la ciudad. La vez en que había vivido allá no había podido adaptarse, menos lo conseguiría ahora, pensaba... ¿Y si era verdad? Se imaginaba que al ver sus riquezas su ex-mujer diría para sus adentros "¿por qué fui tan tonta si en el fondo lo quiero?...¿por qué me aparté de la vida de este hombre?". Se imaginaba a su ex-mujer hablando con amigas de ella "¿Crees que podrá volver a quererme?...Un hombre tan exitoso, ya me debe haber olvidado". Se imaginaba a su hijo contándoles de él a sus compañeros de colegio "a mi papá le gustaba vivir en el campo... pero un día se hartó... fue a la ciudad y entonces hizo esto, esto y esto otro". Hasta casi hablaba solo contestándole a su ex mujer "No... Ahora te diste cuenta de lo que valgo yo... Pero ahora es demasiado fácil darte cuenta y además es tarde". ¿Y si era verdad?

Emprendió la vuelta luego de tirarse a descansar unas horas sobre el pasto y de almorzar el sándwich que se había preparado.

El perro comenzó a ladrar ferozmente, impidiéndole el paso. Pero él continuaba caminando y el perro no lo mordía. Minutos después el perro lloraba con un chillido agudo sin acompañarlo, parado al frente a la ruta. Así lo fue perdiendo de vista y su gemido fue perdiendo intensidad y mezclándose con el ruido del viento y de las ramas. Le preocupaba el riesgo de lluvia, las nubes cada minuto se volvían más oscuras y ya tapaban todo el cielo. Iba a un paso más veloz, anhelaba volver a ver al cuadro, volver a tenerlo en sus manos.

"No es para tanto... ¿qué pasa?... El cuadro me va a convertir en un hombre rico... Pero... ¿Por qué necesito verlo?...Es como si estuviera enamorado de un cuadro" Ese bosque de repleto de flores y otras plantas poco diferenciales que creaban la ilusión de tener un diablito, le atraía. Aquella "ilusión" no se debía a fenómenos naturales ni físicos ni psicológicos, era un cuadro demoníaco y lo haría rico.

Cuando estaba cerca de la casa la manta negra de la noche lo cubría casi todo. Apenas en el horizonte el teñido rojo de las nubes enseñaba las últimas luces del sol. Sintió fugazmente el anhelo de no seguir adelante, era un anhelo por volver a la ruta... le crecía más y más a medida que se acercaba. Quería volver, deseaba volver; tanto era el esfuerzo que en cada nuevo paso parecía que los pies se le hubieran pegado a la tierra en el paso anterior.

Se escuchaban truenos sísmicos y aparecían relámpagos que iluminaban el cielo. Parecía que los dioses estuvieran librando una cruenta batalla. Cuando pasó cerca de la tumba de su vecino vio que la tierra estaba removida, vio que la cruz de sogas y palos se había roto. El lugar expelía un fétido hedor a muerto pero le dio miedo fijarse si seguía Barril allí. El deseo de no avanzar más era intenso cuando empezó a llover; Las gotas de lluvia eran pesadas y continuas, el golpeteo contra el suelo provocaba casi un ruido de ametralladora. Ahora corría por el pasto a la máxima velocidad de que era capaz. Cuando entró a la casa encendió la luz, era indiferente al riesgo de que la electricidad y su ropa mojada hiciesen un accidente.

Aunque podía ser atribuible a la sangre seca, de todos modos le sorprendió el hedor nauseabundo que se respiraba. Era una pestilencia tan concentrada que volvía pastoso al aire, a la manera de una neblina…. Observó el cuadro.

"Un recreo a la vista... magnífico.... majestuoso... majestuoso y fuerte como la esfinge egipcia".

Los árboles los juzgó excelentemente dibujados y a su color lo juzgó el exacto para combinar con las otras flores o plantas que abundaban en el bosque. No tenía dibujado animal alguno y trasmitía paz, a contraposición del ruido de los truenos y del que provocaba el viento al agitar los árboles. Esta vez, por más que mirara de lejos o con la vista gorda a las flores rojas, no parecía estar el diablito.

Aquel personaje se formaba casi a partir de estas flores y era siempre borroso. Lo veía en distintas posiciones e inclusive distintos lugares, siempre coincidiendo con esas florecillas que estaban alegremente distribuidas por todo el cuadro. Luego de observar el cuadro un largo rato, impasible al barro que ensuciaba el piso, se arrodilló y le adoró.

La bombilla que iluminaba el sitio titilaba o quizás lo parecía por efecto la luz de los relámpagos que entraba por el vidrio. Nada temía, unas gotas de transpiración surcaban su frente pero no era por el miedo sino por la caminata. Pronunciaba en voz alta sus palabras y apenas se oían, eclipsadas por el ruido de los truenos. Envolvió el cuadro en aquella misma bolsa que, el día anterior, había usado Barril para envolver a la calavera.

"¿Qué esta pasando acá? ¿Qué esta pasando?".

Forcejeó una y otra vez con nerviosismo. La cerradura tenía llave y el pasador giraba en falso… sintió miedo. La bombilla se apagó y la oscuridad dominó el sitio hasta que la iluminación de dos relámpagos seguidos permitió ver la silueta de un corpulento hombre. No lo había visto antes y parecía haberse formado de la fetidez. Como los vampiros en personas, pensó, así el hedor parecía haberse transformado en ese intruso. Más factible era que haya estado escondido abajo de la cama.

Encendió la linterna y lo vio, era Barril. Los ojos del intruso se veían encendidos de una luz roja, llevaba la frente agujereada todavía por uno de los disparos. Se veía en algunas partes el hueso por la falta de carne y era la fuente de la pestilencia. En su boca se descomponía en una carcajada de dientes malformados e hilos de baba sucios con tierra.

- Me has engañado con las cartas. Mataste a Tomeu. Y cobardemente me disparaste con un arma de fuego. ¿No crees que te haría bien una venganza?

Al decir esto escupió un gusano; éste se agitaba en el suelo como quejándose por el suceso. Nuevamente probó abrir la puerta pero continuaba cerrada. La sensación de alarma tapó a su miedo, sacó el cuadro de la bolsa y se lo enfrentó a la manera de un escudo. Vio el agresor formarse adentro del cuadro un pequeño dibujo de un diablo que le indicaba negación moviendo una cabecita triangular. Recuperó entonces su condición de cadáver y se desplomó golpeando el suelo con violencia.

Andrés, que se dio cuenta de esto, iluminó con la linterna al cuadro y lo besó. Nuevamente lo guardó en la bolsa e intentó abrir la puerta, con éxito y se echó a correr por el campo pero le resultaba difícil correr. El viento lo detenía cargando su violencia contra el cuadro tal cual si fuese una vela.

Andrés iba al lugar a donde lo había encontrado. Su intención era decirle allí algunas palabras tal vez una especie de homenaje, quizás una conversación de amigos; no lo admitiría ni siquiera ante sí mismo pero sentía miedo. Aunque la lluvia y el viento no le permitían ver, se esforzaba por distinguir si cerca de él no aparecía Tomeu... o lo que había quedado de él.

La lluvia y el viento le impedían ubicarse con facilidad pero a la final reconoció el lugar donde había encontrado el cuadro. Se detuvo y sacó el cuadro de la bolsa, extrañamente las gotas de lluvia no afectaban la pintura, aunque la golpeaban como balas. Ahora vio al diablito, a pesar de que a corta distancia comúnmente no se notaba. Parecía dibujado por un niño, era de palitos y su cara era triangular, llevaba en la mano un tridente y se le descubría la cola la cual no consistía más que en una tira roja que terminaba en una punta. Admirado trató de improvisarle unas palabras. "Cuadro que un día la vida nos encontró aquí. Te reconozco mi dios y cuando me pidas amor yo amo y cuando me pidas muerte yo mato...".

Terminó de pronunciar estas palabras y se detuvo el viento y un silencio repentino se erigió como monarca de la noche.

Aparecieron pájaros con los ojos de una fulgurante luz. Una luz color hierro en fusión, la misma que minutos antes le había visto a Barril; no sólo eran aves, cuando cayó al piso encontró también algunas ratas. La lluvia formaba arroyitos que llevaban su sangre mezclada con tierra haciendo una mancha algo espesa alrededor suyo. Una enorme rata lo mordía con tanta ferocidad que los pelos de su hocico se le manchaban con pedacitos de hígado.
Estaba ya casi desmayado y con gran esfuerzo consiguió arrastrarse hasta el cuadro. A pesar de que las gotas de lluvia rebotaban casi de lo violentas que eran, la pintura se mantenía intacta. Miró el bosque y descubrió el diablito.

Esta vez de cuerpo entero, adelante de los árboles, con una enorme sonrisa. Era una sonrisa macabra, burlona y festiva. Le quiso pegar y romperlo pero carecía de fuerzas, apenas podía balbucear quejidos en baja voz. Acostado boca arriba contemplaba las sombras de los pájaros y de las ratas que le arrancaban la carne. Lo único que interrumpía al silencio, o parecía interrumpirlo, era su alarido monótono, los animales, en cambio, mordían silenciosamente.

Cinco años después un campesino que andaba caminando por aquellos pastizales encontró un cuadro. Era un cuadro que representaba a un bosque de Polylepis. Lo cargó sobre sus hombros y, contento por el hallazgo, lo colgó en una pared de su casa. En algunas noches creía ver un pequeño diablo escondido entre los árboles de aquella pintura. También un hombre que, torturado por el primero, su presencia parecía deberse a una ilusión óptica causada por unas flores blancas que eran parte del cuadro. Estas flores blancas probablemente serían margaritas.

Ambos eran muy confusos pero tenían algo, una gracia especial, porque parecían vivos...

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1 situados en medio de la vegetación de páramo, alcanzan alturas entre 3-8 m
2 entre 3.000 y 4.500 metros de altura de Los Andes de Venezuela