martes, junio 28, 2005

Alucinaciones


Me arrellano en mi sillón junto a la
chimenea donde crepita el fuego, con la copa de
coñac en la mano derecha y la izquierda caída
descuidadamente, acariciando la cabeza de mi perro...
hasta que descubro que no tengo perro.

martes, junio 21, 2005

Fragmentos de un diario del infierno


Ni mi grito ni mi fiebre me pertenecen. Esta desintegración de mis fuerzas secundarias, de esos pensamientos disimulados del alma, ¿se puede concebir, acaso, su constancia? Ese algo que está a medio camino, entre el color de mi atmósfera típica y el despertar de mi equidad.
No tengo tanta necesidad de alimento como de una especie de elemental conciencia. Ese nudo de la vida al que la emisión del pensamiento se aferra. Un nudo de asfixia central. Plantearme simplemente una verdad clara; es decir, que permanezca sobre un solo filo.

Ese problema del enflaquecimiento de mi “YO” no se presenta únicamente con su aspecto doloroso. Siento que menos factores intervienen en la desnaturalización de mi vida, y que poseo algo así como una nueva conciencia de mi íntima perdición. Veo en el hecho de lanzar los dados y de lanzarme en la afirmación de una verdad presentida, así fuese aleatoria, toda la razón de mi vida.

Durante horas, permanezco bajo el efecto de una idea, de un sonido. Mi emoción no se desarrolla en el tiempo, no transcurre en el tiempo. Los reflejos de mi alma están en perfecto acuerdo con la idealidad absoluta de mi espíritu.

De este dolor hincado en mí como una astilla, en el centro de mi más pura realidad, en ese lugar de la sensibilidad donde los mundos del cuerpo y del espíritu se unen, he aprendido a distraerme gracias a una falsa sugestión.

En el espacio de este minuto que dura la iluminación de una mentira, me construyo un pensamiento para evadir una realidad incierta, me precipito sobre una pista falsa que mi sangre. Cierro los ojos de mi inteligencia y, dejando que hable en mí lo irrealista, me brindo la ilusión de un sistema cuyos términos me sería imposible asir. Pero de este minuto de error me queda el sentimiento de haber hurtado algo real a lo desconocido. Creo en las conjuraciones espontáneas, en las rutas hacia las que mi sangre me arrastra.

La parálisis se apodera de mí. Ya no tengo un punto en que apoyarme, una base.... Mi pensamiento ya no puede ir adonde mis emociones y las imágenes que surgen en mí lo empujan. Mi suplicio es tan sutil, tan refinado como áspero. Son necesarios esfuerzos insensatos de mi imaginación, multiplicados por el abrazo de esta asfixia sofocante para llegar a "pensar" en una armonía inexistente.

Estoy estigmatizada por una muerte urgente.... en la que la muerte, verdadera, no infunde en mí el terror. Siento que la desesperación de esas formas aterradoras que se adelantan está viva. Se desliza en ese nudo de la vida a partir del cual las rutas de la eternidad se abren. Es realmente la separación para siempre. Deslizan su cuchillo. Cortan las ataduras vitales que me unen al sueño de mi lúcida realidad. Es esa antinomia entre mi facilidad profunda y mi dificultad exterior que crea el tormento que me hace morir.

Él me habla de narcisismo, yo le contesto que se trata de mi vida. Tengo el culto no de mí, sino de la carne, en el sentido sensible de la palabra carne. Ninguna cosa me toca sino en la medida en que afecta a mi carne, que coincide con ella, y sólo en ese punto exacto en que la conmueve, no más allá. Nada me toca, nada me interesa sino aquello que se dirige "directamente" a mi carne. Y en ese momento me habla del Sí mismo. Le contesto que el Yo y el Sí mismo son dos términos distintos y que no deben ser confundidos, y que son exactamente los dos términos que penden del equilibrio de la carne.

Siento bajo mi pensamiento como la tierra se hunde, y me veo conducida a encarar los términos que empleo sin el apoyo de su sentido íntimo, de su substrato personal. E incluso mejor que eso, el punto en donde ese substrato personal parece unirse con mi vida, se vuelve de repente extrañamente sensible y virtual. Concibo la idea de un espacio imprevisto y fijado, allí donde en tiempo normal todo es movimiento, comunicación, interferencia y trayecto.

Pero esta desintegración que ataca mi personalidad en sus bases, en sus comunicaciones más urgentes con la inteligencia y con el instinto del espíritu, me ocurre en el terreno de un abstracto insensible en el que participarían solamente las partes elevadas de la inteligencia.
Un gran frío, una atroz abstinencia, los limbos de una pesadilla de huesos y de músculos, con el sentimiento de las funciones estomacales que suenan como una bandera en las fosforescencias de la tormenta. Imágenes larvarias que se empujan como con el dedo y no están en relación con ninguna materia.

Me hablan de palabras, pero no se trata de palabras, se trata de la duración del espíritu. No hay que imaginarse que el alma no esté implicada en esta corteza de palabras que caen. Junto al espíritu está la vida, está el ser humano en el círculo del cual éste da vueltas, unido a él por una multitud de hilos...

No, todos los desgarramientos corporales, todas las disminuciones de la actividad física y esta molestia de sentirse dependiente en su cuerpo, y este mismo cuerpo cargado de mármol y acostado en una mala madera, no igualan la pena que hay en el hecho de estar privado de la ciencia física y del sentido de su equilibrio interior. Que el alma falte a la lengua o la lengua al espíritu, y que esta ruptura trace en las llamas de los sentidos una especie de vasto surco de desesperación y de sangre, ésta es la gran pena que mina no la corteza o las vigas de maderas sino la TELA de los cuerpos.

Se pierde esta chispa errante de la cual sentimos que era un abismo que se apodera de toda la extensión del mundo posible, y el sentimiento de una inutilidad tal que es como el nudo de la muerte. Esa inutilidad es como el color moral de este abismo y esta intensa estupefacción, y su color físico es el gusto de una sangre que brota en cascadas a través de las aberturas del cerebro.

Por más que me digan que ese peligroso lugar está en mí, yo participo de la vida, yo represento la fatalidad que me elige y no es posible que toda la vida del mundo, en un momento dado, me cuente junto con ella ya que, por su naturaleza misma, amenaza el principio de la vida. Existe algo que está por encima de toda actividad humana: es el ejemplo de esa monótona crucifixión en la que el alma no acaba de perderse.

La cuerda que dejo salir de la inteligencia que me ocupa y del inconsciente que me alimenta manifiesta, en medio de su tejido de formas que se ramifican, hilos cada vez más sutiles. Y es una nueva vida que renace, cada vez más profunda, elocuente, enraizada.

Jamás podrá esta alma que se ahorca dar alguna precisión, ya que el tormento que la mata y la descarna, fibra tras fibra, ocurre por debajo del pensamiento, por debajo de adonde puede llegar la lengua, puesto que es la ligadura misma de lo que hace y que la mantiene espiritualmente aglomerada, que se rompe a medida que la vida la llama a la constancia de la claridad. Nunca hay claridad en esa pasión, en esa especie de martirio cíclico y fundamental. Y sin embargo vive, pero con una duración con eclipses en la que lo huidizo se mezcla perpetuamente a lo inmóvil, y lo confuso a esa lengua puntiaguda de una claridad sin duración. Esa maldición posee una alta enseñanza para las profundidades que ella ocupa, pero el mundo no ha de oír la lección.

La emoción que conlleva la eclosión de una forma, la adaptación de mis humores a la virtualidad de un discurso sin duración es para mí un estado mucho más precioso que la satisfacción de mi actividad. Es la piedra de toque de ciertas mentiras espirituales.

Esa especie de paso atrás que da el espíritu más acá de la conciencia que lo fija, para ir en busca de la emoción de la vida. Esa emoción que reside fuera del punto particular en que la mente la busca, y que emerge con su densidad rica de formas, recién moldeada; esa emoción que le da al espíritu el sonido conmovedor de la materia; toda el alma se desliza en su molde y pasa en su fuego ardiente. Pero aún más que el fuego, lo que transporta el alma es la facilidad, lo natural y la glacial candidez, esa materia demasiado fresca cuyo soplo ambiguo es ora caliente ora frío.

Ése sabe lo que la aparición de esa materia significa y de que subterránea masacre su eclosión es el precio. Esa materia es el patrón de una nada que se ignora.

La vida va a hacerse, los acontecimientos van a desarrollarse, los conflictos espirituales van a resolverse, y yo no participaré en nada de eso. Nada tengo para esperar, ni del lado físico ni del lado moral. Para mí es el dolor perpetuo y la sombra, la noche del alma, y ni siquiera tengo una voz para gritar.

Yo he elegido el terreno del dolor y de la sombra como otros eligen el del resplandor y el de la acumulación de la materia. Yo no trabajo en la extensión de ningún terreno. Sólo trabajo en la duración, mientras escrito en mi diario...desde el infierno.

jueves, junio 02, 2005

El arte de Medusa


Todos los que me conocen saben que amo la mitología... y hoy tiradota en mi cama me puse a pensar en una excursión por ashá por Grecia.... y me imaginé que en las ruinas de un templo griego (burda de sexy BTW)... me imaginé una ...¿excursión?; no no,,,, esa no es la palabra... una... ay nojoda una visita a un templo al aire libre donde el guía decía:

Estas piezas, damas y caballeros, pertenecen a una época oscura de la cultura griega. Su autor, autora mejor dicho, respondía al nombre de Medusa. De ella se dicen muchas cosas, la mayoría falsas. Sin embargo, lo cierto es que puede ser considerada la madre de la escultura realista, como lo demuestra este grupo de cuerpos humanos. También se dice que fue muerta por un maniático llamado Perseo, quien celoso del buen arte de la señora le cortó la cabeza.

hahahahahahahahahahahahah