lunes, diciembre 18, 2006

Viaje Espacial



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Tengo mucho sueño así que no me culpen por esta idea tan loca

Danielys H
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La nebulosa de moléculas inestables se acercaba inexorablemente a la Tierra.

- Ciudadanos Terrestes - dijo na voz psíquica -, prepárense para ser transportados a nuestras naves.

La Humanidad suspiró... y todos los microbios fueron rescatados.

domingo, diciembre 17, 2006

Curvas Peligrosas



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El poder de las curvas femeninas siempre ha sido un arma de doble filo

Danielys H
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El metro avanzaba envuelto en su olor de hule quemado y sudor humano. La mujer en el incómodo asiento leía su revista femenina de rigor mientras, disimuladamente, miraba de reojo a los hombres del vagón y escogía uno. Con un gesto muy estudiado alzó la vista, miró al hombre que estaba frente a ella y sonrió. El hombre recibió el doble destello de mirada y sonrisa, y sonrió también, deslumbrado. Lo único que veía ahora era la vagina que se abría enorme ante él.

Supo entonces que estaba perdido, pero no pudo resistir la tremenda atracción y se dirigió hacia ella. Las puntas de los senos lo guiaron con su señal roja y atracó en ese puerto con bandera franca, justo entre las piernas de la mujer. Y se debatió ahí sin ninguna esperanza, con un placer masoquista, mientras su cuerpo se perdía, se iba por ese vórtice erótico. Casi al final sintió miedo, y en un intento desesperado se agarró con fuerza de los senos y se sostuvo así un momento, pero fue inútil y, entre las convulsiones del orgasmo, desapareció.

Del hombre aquel sólo quedó la figura encorvada que descendió en
la siguiente estación.

La mujer cruzó las piernas, sonrió satisfecha y empezó a elegir su
próxima víctima.

viernes, noviembre 17, 2006

La Invocación



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Aunque mi estimado veci veci Marcelito diga que parezco programación reiniciada... sé que a muchos les va a gustar

Danielys H
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Un instante después de haber terminado la Invocación, el suelo se llenó de hormigas, y las ventanas comenzaron a hervir con la febril actividad de gordas y enormes moscardas azules. En poco tiempo habrían logrado entrar. Sabía que el Libro aconsejaba dar gracias a Dios por haber permitido el contacto con los demonios, pero por algún motivo, aquello me pareció una blasfemia aún mayor que el acto que acababa de realizar. Una gigantesca polilla golpeó con fuerza contra la lámpara sobre mi cabeza. Miré al suelo, el círculo de tiza seguía intacto, y ninguna hormiga lo había traspasado.

De pronto, sentí un incontrolable estremecimiento. No había pensado que la presencia de aquellos insectos abominables pudiera afectarme tanto, pero verlos todos juntos, saliendo de ninguna parte y reptando por el suelo y las paredes de la habitación, me produjo una impresión nefasta. Sabía que no debía derrumbarme, que eso era lo que los demonios estaban esperando. Debía mantenerme dentro del círculo, y en aquel instante comprendí que contra mis previsiones iniciales, lo había dibujado demasiado pequeño. Apenas tenía espacio para mis pies, y temía borrar descuidadamente algún trazo esencial. Rápidamente, repasé el Libro, en busca del conjuro de despedida, sólo por si acaso. Mis manos recorrieron nerviosamente las páginas gastadas y crujientes, y estuve a punto de dejarlo caer, lo cual hubiera sido un desastre.

Levanté la vista hacia la ventana. Las moscas habían logrado entrar, pero se limitaban a permanecer ominosas en la pared, moviéndose espasmódicamente en espera de alguna señal por mi parte. Afuera se había levantado un terrible torbellino, porque los cristales golpeaban contra los marcos y el aire silbaba una canción espectral que por algún motivo me pareció que contenía palabras, aunque de ningún idioma que hubiera oído antes, y que sin embargo estuve a punto de entender. Contuve un inesperado impulso de dirigirme hacia la ventana para abrirla cuando ya casi mis pies habían comenzado a hacer el movimiento. Debía alejar de mi mente ese tipo de pensamientos.

Un aire frío invadió el recinto, y en mi piel se formaron pequeños bultos. Los brazos comenzaron a temblarme sin que pudiera contenerlos. Sabía que aquello era la señal de que los demonios habían entrado por fin, y de que estaban amargados como yo suponía. Miré a mi alrededor ansiosamente, pero no hallé señal alguna de su presencia. Realmente, pensé, no tenía ni idea de cómo podrían presentarse ni de cuál sería su número. Sobre mi cabeza revoloteaba nerviosa la polilla, golpeando una y otra vez contra la lámpara, pasándome junto a la cabeza y realizando ese fantasmagórico zumbido característico de las alas membranosas. Me pregunté si no sería aquella polilla...

Y entonces los vi sobre la pared. Eran rostros repulsivos y enloquecedores, apenas unas sombras que sin embargo poseían movimientos propios, y supe que me estaban mirando y que su mirada contenía un odio puro, indescriptible. Nervioso, repasé de nuevo el Libro, pero las páginas comenzaron a pasar a toda prisa ante mis ojos, como movidas por el viento, y tuve que detenerlas con la mano libre, mientras que con la otra apenas podía evitar que el volumen se me escapase volando. En la página que buscaba hallé sus nombres, Shrronghothoth, Abjadacsimm y Bheghosthrro, los pronuncié en voz alta. Las sombras de la pared parecieron agitarse borrosamente mientras tanto. Algo estaba mal. Deberían haber contestado, pensé. Cerré el Libro y lo guardé en el interior de mi camisa, para poder así sacar del bolsillo la lista con mis peticiones.

Pero de inmediato, una biblioteca cargada de libros se elevó unos centímetros en el suelo y comenzó a dar golpes contra la pared, haciendo caer algunos tomos al suelo. Pronto todos los demás muebles hicieron lo mismo, y en el piso observé que las huellas de algo grande e invisible se acercaban desde la pared de las siluetas hacia el círculo donde me encontraba, haciendo crujir la madera, y me estremecí, porque sabía que alguien no invitado había comparecido. Las huellas se detuvieron al llegar junto al círculo de tiza, y comenzaron a rodearlo muy lentamente, como un animal cerca a su presa antes de abatirse sobre ella. Cuando dieron una vuelta completa, que seguí aterrado con la mirada, las sombras de la pared se diluyeron y creí escuchar unas risas infantiles encerradas en un murmullo de conversaciones sin palabras.

Un hedor apestoso se adueñó de la habitación. Creí percibir los efluvios de excrementos animales, tabaco negro y sudor humano. Sentí ganas de vomitar, las ganas de correr hacia la ventana se acrecentaron de nuevo. Me encontraba paralizado por el terror, y cuando estaba a punto de abrir de nuevo el Libro para consultar el modo en que debía dar fin al aquelarre, una voz sonó a mis espaldas:

- ¿Quién eres?

Me volví rápidamente, casi trastabillando. Una figura borrosa se sentaba tranquilamente en el sillón del fondo, pero antes de que pudiera fijar mi vista en él, alzó un brazo y se encendió la lámpara de pie que estaba a su lado, sin apenas dejarme tiempo para acostumbrar de nuevo la vista a la recién creada luminosidad.

Era un joven, con el rostro delgado y demacrado, blanquecino… sin señales. El pelo, muy corto, y la barba, apenas sin afeitar. Me miraba fijamente tras unas ligeras gafas metalizadas; en sus ojos leí un desprecio tan profundo que hasta entonces no creí que pudiera existir. Vestía una sencilla camisa de cuadros abotonada hasta el cuello y unas pesadas botas militares. Lo reconocí en seguida, porque sabía que lo había visto antes espiando mis sueños. A su alrededor flotaban decenas de mariposas de brillantes colores, revoloteando junto a su cara y acercándose a la lámpara. Con una mueca horrenda, una sonrisa totalmente carente de alegría, volvió a decir:

- ¿Quién eres?

Aquella voz me aterrorizó. No se correspondía con el rostro que estaba mirando, sino con el de una mujer muy joven, casi el de una niña. Era tenebrosamente seductor, y por un instante estuve tentado de adelantarme, saliendo del círculo de tiza. Traté de pronunciar alguna frase, pero las palabras quedaron atrapadas en mi garganta, porque aún no sabía qué contestar, ni siquiera si debía decir nada en voz alta. No estaba seguro de que él supiera que yo estaba allí. Pero no fue necesario: de pronto, el demonio comenzó a emitir lo que parecían unas ensordecedoras gárgaras, que se transformaron en una risita infantil. La luz se apagó.

Me di cuenta que el corazón me latía demasiado rápido, y temí que algo pudiera ocurrirme, cuando el dolor se hizo más persistente. Necesitaba sentarme, pero una vez más lamenté la estrechez del interior del círculo protector. Me llevé la mano al pecho y traté de espaciar mi apurada respiración. Estaba sudando abundantemente, creí que tenía fiebre. ¿Me habrían encontrado dentro del círculo...? Era imposible saberlo.

En el rincón donde había estado el joven ya no había nadie. Fijé de nuevo la vista y creí percibir sólo ligeras sombras que se contorsionaban juguetonas por la pared. La pestilencia se acentuó y una vez más sentí ganas de abrir la ventana. Volví la vista hacia ella, y de improviso, ambas hojas se abrieron con una espantosa violencia, dejando pasar un fortísimo viento helado. Los cristales comenzaron a golpear furiosamente contra las paredes y temí que se pudieran quebrar.

El viento helado secó mi sudor, pero no se llevó la asquerosa fetidez. Los muebles comenzaron a golpear otra vez, los libros salieron despedidos en todas direcciones, y algunos cayeron por la ventana. En mi boca percibí los primeros síntomas del agrio vómito aproximarse y mi cuerpo convulsionó en una primera y dolorosa contorsión que casi me parte la espalda con un dolor seco. Traté de agacharme, aún dentro del círculo, y esta vez no sólo comprobé que no tenía espacio suficiente, sino que el Libro que había guardado dentro de la camisa me impedía doblarme. El armario abrió de golpe una de sus puertas, y el espejo que tenía en su interior se rompió en mil pedazos que pasaron peligrosamente junto a mi rostro.

Con mucho cuidado, extraje lentamente el Libro, y busqué nerviosamente entre sus páginas. Sin embargo, no era sencillo leer en la oscuridad, y mientras fijaba frenéticamente la vista en los arcanos, una ráfaga de viento me sorprendió, arrebatándome el Libro de las manos, y haciéndolo caer al suelo, muy cerca del círculo... pero fuera.

Definitivamente, el terror se adueñó de mí. Sabía que no podía abandonar la protección del círculo, pero necesitaba consultar el Libro para detener la desastrosa invocación. Me agaché dolorosamente, pero al acercar mi mano, las páginas se agitaron furiosamente, y el volumen salió despedido fuera de la habitación. Observé que en el suelo, el círculo de tiza comenzaba a desdibujarse con la acción del aire y lamenté no haber utilizado tiza roja. Sabía bien que una vez deshecho el círculo, yo quedaría a merced de lo que hubiera ahí fuera, de aquello que había convocado, y que no tendría ningún tipo de piedad.

Me llevé las manos a la cara, tratando de recordar. Eso era lo único que podía salvarme ahora. Traté de recordar la lectura apresurada, el modo de deshacer el conjuro sin peligro para el celebrante, pero en mi mente sólo había evocaciones danzantes de los momentos en que había retado al médium y de cómo había leído precipitadamente los primeros ensalmos, creyendo que todo sería seguro y sencillo. En mi mente se agolparon los recuerdos de los recuerdos, las figuras casi reales de lo que estaba pensando en el momento de lanzar el reto y de practicar el conjuro. Páginas crujientes y amarillas volaron en mi imaginación, pude sentir de nuevo el tacto grasiento del papel en los dedos, pero en ellas sólo había símbolos que apenas formaban palabras, y aun éstas carecían de significado para mí. Cerré los ojos con fuerza y algunas palabras volvieron a mi boca, para sólo escapar un instante después. Sólo entonces supe que jamás lograría recordar el hechizo de despedida, y desesperado, comencé a gritar, más allá de mis propias fuerzas. Chillé todo lo alto que me permitieron los pulmones, hasta desgarrar por completo las cuerdas vocales. Aullé cerrando los ojos con fuerza, haciendo coro con la cacofonía que ya se debatía a mi alrededor...

Y cuando abrí los ojos, la habitación estaba en calma.

La ventana, cerrada. El armario, con las puertas cerradas. Los estantes inmóviles, y los libros en su sitio. No había ningún insecto, y la luz de la lámpara sobre mi cabeza brillaba con la fuerza de sus cien watios. Ni la menor presencia de aquel hediondo miasma que había atufado mis pulmones. El único ruido era el de mi respiración acelerada y el de mis dientes castañeteando. Incluso la temperatura era de nuevo agradable, la proporcionada por el radiador. Y a mis pies, el círculo estaba completo e intacto.

Sonreí, y casi sentí que el dolor de la espalda había cesado. La felicidad me invadió y respiré profundamente. Abandoné el interior del círculo, y entonces... sólo entonces... llegó la negrura.

jueves, noviembre 09, 2006

Pintura al Oleo



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Tengo rato mirando las paredes de mi cuarto pensando que poner en el preámbulo...

Danielys H
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Andrés encontró un cuadro caminando por terrenos vírgenes.

Era un óleo que representaba a un bosque de Polylepis1. Abundaban los colores opacos, esencialmente el marrón para los troncos y el negro para las sombras. Se advertía, aún sin luna, que era de noche y unas estelas de niebla flotaban góticamente; por otra parte, tenía marcos de fino bronce con animales mitológicos tallados.

Lo llevó hasta su casa y lo colgó en la pared frontal a su cama.

Acostumbrado a lo rústico, era una suntuosidad que compensaba la monotonía de su trabajo y de sus hábitos. Vivía en soledad y en períodos de seis o cuatro meses le visitaba su hijo. Después, en sus meditaciones, se repasaban algunos fragmentos de los diálogos y de las posibles variantes en que se hubiesen convertido esos diálogos. Algunas veces también recordaba a su ex mujer. Tenía la sospecha de que su reemplazante, o sea quien ahora pasaba las noches con ella, era dueño de una importante fortuna económica.

Una mañana se despertó con un raro miedo.

El sol invadía por el ventanal y se reflejaba en los marcos de bronce del cuadro. Al mirarlo, el reflejo acertó en sus ojos y así el cuadro parecía estar atrás de un vidrio empañado. Entonces creyó ver, asomando desde atrás de uno de los árboles del bosque, el dibujo de un diablito. Se frotó los ojos para asegurarse de la imagen... pero ya no había nada.

Esa noche creyó nuevamente verlo.

Parecía el dibujo de un diablito que lo espiaba desde atrás de uno de los árboles del bosque. No podía estar seguro de no haberlo visto. Aunque cuando fijó la vista se esfumó... no podía estar absolutamente seguro de no haberlo visto. Durante las semanas siguientes le pareció verlo otras veces, algunas noches, cuando volvía de trabajar, o antes de irse a dormir, siempre de reojo, lo encontraba espiando desde atrás de un árbol e inmediatamente se desaparecía. Tal vez escondiéndose en el interior del bosque... Apenas lo tenía en cuenta, sólo le quitaba algo de su atención y, cuando lo recordaba, lo hacia sin miedo; A veces hasta le resultaba divertido. Una broma consigo mismo: jugar a descubrir al personaje que se escondía en algún lugar del bosque. El pequeño demonio -o lo que creía ver- estaba muy toscamente dibujado, rudimentario y simple, era de palitos, con la cabeza de un triángulo, el tridente y los cuernos. Tal cual el dibujo que un niño hubiese hecho con un creyón... sin embargo tenía algo, una gracia especial, porque parecía vivo.

Andrés se juntaba todas las semanas a jugar al póquer con dos campesinos aledaños. Uno de ellos tenía un nombre que para él era un poco raro: Tomeu. El otro se llamaba Santiago, pero ellos le decían "Barril". En esos tiempos, había comenzado a crearse una pelea con Tomeu. Las apuestas no eran de dinero, eran de tiempo de trabajo y, contra la inocuidad que al principio le atribuían, apostar tiempo de trabajo alentaba los rencores. Andrés se sentía alegre porque había ganado las últimas veces, pero ahora su deseo era que Tomeu no vuelva a perder. Y al oír el ruido de los caballos golpeando el camino de tierra, indicación de que llegaban, sintió incomodidad.

Pero no venían los dos sino sólo Barril. Encendieron la chimenea y organizaron las cartas para el póquer. Barril, al igual que las otras veces, parecía intrigado por el cuadro y lo observaba meditabundo.

- ¿Me has dicho que lo encontraste tirado en el campo?

Andrés sospechaba que se había volado del cargamento de algún camión y se lo dijo. También le dijo que lo que más le sorprendía era que ni el rocío ni las lluvias lo hayan estropeado.

- Pudo haberse caído el mismo día, antes del rocío. Ahora que lo pienso, alguna vez creo que vi camiones que cargaban muebles por esta zona.

Barril a lo seguido cambió de tema.

- ¿Crees en la luz mala?

- ¿Esa superstición?... No... Acá en el Páramo2 la gente dice cualquier estupidez...un poco de ocio, de aburrimiento y nacen esas leyendas... - aguardó unos segundos reflexivo antes de continuar - ... ¿Por qué lo preguntas?...

- ...La otra vez yo.. Estaba muy angustiado... vas a decir que estoy mal de la cabeza... pero... la otra vez estaba muy angustiado ...¿Y de dónde venia la angustia?... ¡No tenía motivos para angustiarme!...Creí que eran olas de angustia que estaban afuera de mí... que venían desde lejos avanzando por el campo y cuando llegaban hasta mí me sacudían los pensamientos.... Había niebla.... y creí ver una luz... Tal vez la angustia venia desde la luz.... Lo interrumpió.

- ...¿Y si la angustia venía de adentro de tu cabeza?...

- ..Yo no soy nada de creer en esas cosas... la luz mala...¡que estupidez!... pero porque... es raro que un lugar tan tranquilo como este sienta esas angustias...

Golpearon la puerta y segundos después ya los tres se hallaban, listos para el juego, hablando de cómo habían pasado la semana.

No continuaron la conversación de la "luz mala" porque Tomeu, el recién llegado, era un hombre típico del campo, un campesino fiero, hasta llevaba una cicatriz de una pelea con oso frontino... no era un hombre para hablar de esas cosas. Andrés lo miraba con otra angustia, la angustia concreta de pelearse por el póquer.

En el tiempo de espera en que se repartían las cartas, en cada "mano", él lo indagaba... ¿era Tomeu capaz de enojarse hasta llegar a una pelea? Allí el pueblo más cercano se situaba a cientos de kilómetros, si se peleaban el único límite lo tendrían que poner los propios peleadores. De vez en cuando se fijaba si en el cuadro asomaba el pequeño diablo... no sentía miedo, sólo un poco de sarcasmo y de ironía. "A ver mi amigo. A ver si me das un saludo"

Las primeras buenas cartas que recibió Andrés fueron un "color" de corazones y burlándose de sí mismo lo relacionó con su ex mujer. Tiempo después tuvo un "full" y obtuvo una importante cantidad de fichas. El juego se fue desenvolviendo de tal modo que el montoncito de fichas de Tomeu disminuía y el de él aumentaba, tal cual había ocurrido las últimas veces. Barril ganaba o perdía en intervalos cambiantes; sin embargo, también se preocupaba por la creciente molestia de Tomeu, por el riesgo de una pelea entre su amigo y el anfitrión.

Cuando finalizó el juego Tomeu se despidió saludando con un "Hasta luego" general muy tranquilo y algo seco. Cabalgó sin lentitud pues esta vez no esperaba a Barril. A pesar de que Barril siempre lo acompañaba un tramo del camino de vuelta.

Una gran molestia y enorme frustración marcaban su ánimo. Había perdido más que las veces anteriores, así ya no le quedaba tiempo libre. Había ido a jugar para ganarse un descanso que le compense el excesivo trabajo. En sus pensamientos se repasaban las jugadas en las que había perdido más fichas. Eran casi todas jugadas en donde se había enfrentado con el anfitrión, o sea, con el dueño del cuadro.

Al caballo lo sentía perezoso y lento, a la montura la sentía incómoda y cuando tuvo que detenerse por la tranquera casi eran golpes sus palmazos a los mosquitos. Cerca de la mitad del camino sintió un miedo que no pudo explicarse.

Era un miedo que se había impuesto, un miedo cada segundo más intenso. Nada raro ni amenazante sucedía. Ningún cambio repentino, ningún aumento en la densidad de la niebla. Por momentos le parecía que el caballo se conducía por si solo como si las riendas se movieran en falso. También le parecía que, de un momento a otro, le estuvieran por tocar el hombro. Era como si lo estuviese acompañando una presencia y, a veces, fantaseaba que las vacas giraran la cabeza para seguirlo con la mirada.

Cuando llegó a su casa se despabiló del miedo. Le restó importancia y lo olvidó. Ahora pensaba nuevamente en la derrota en el juego. Más de una vez Andrés le había contado que su hijo lo visitaba y hasta le había citado algunos fragmentos de los diálogos que con su hijo tenia. Tomeu, ahora, se imaginaba a Andrés diciéndole a su hijo: "Acá en realidad no trabajo nada pues siempre ganó al póquer... y los vecinos trabajan por mí... ellos hacen mi trabajo"

Mientras tanto, Andrés, meditaba sentado sobre la cama. Se sorprendió de sentir un miedo repentino.

El viento agitaba las ramas de los frailejones pero ya conocía ese ruido. No era para tener miedo. El cuadro tenía una esencia misteriosa, como un resplandor invisible que de alguna manera se notaba. Junto con los colores sombríos propios de la representación, un bosque al anochecer o a una hora de escasa luz solar, coexistían flores rojas. Estas flores aparentaban ser gladiolos, su color era similar al rubí y brillaban como si fuesen brazas encendidas. Las veces en que había creído ver al pequeño diablo, éste era del mismo color. Pensó que quizás el diablo era una ilusión óptica, un truco intencionalmente buscado por el macabro pintor.

" ...¿Por qué este cuadro me da miedo?...¿Qué es lo que tiene?..."

A la mañana siguiente se despertó un poco más tarde que de costumbre. Ya no recordaba nada de la noche anterior y tarareaba una canción. Sentía mucha satisfacción por su ganado tiempo libre así que llevó una silla junto con un café y un pan horneado al jardín.

Al poco tiempo, en el horizonte vio una silueta borrosa que se engordaba, no la distinguía bien pues el sol matinal era incandescente. La silueta se transformó en una sombra y después en un hombre que se acercaba a caballo. Era Tomeu y cuando estuvo a unos pocos metros pudo advertirle el gesto adusto.

- ¿Disfrutando de esta espléndida mañana, mientras que tu amigo hizo ya el trabajo?

Recordó que, mientras se despedían, la noche anterior, Barril le había dicho: "Tomeu se enoja porque pierde. Eso no es de un hombre. Y si no le gusta perder que no juegue"

- ¿Por qué callas? ¿La vagancia te ha vuelto mudo?....Puedes hablar.. Al fin y al cabo no es tanto esfuerzo...

Como pudo le respondió que así eran las reglas del juego. Creyéndose simpático, agregó que en la próxima partida tal vez podría tocarle ganar a él. Entonces Tomeu subió aun más el tono de voz, casi hasta el grito.

- ¡Ya decía yo que la pereza ordena las ideas! - puso voz de falsete - "La próxima vez podrá tocarme a mí"... - volvió a su voz ronca - muy cierto. Escucha bien esto... la próxima me va a tocar a mí. Pero no va a ser la semana que viene ni vamos a jugar los tres... Dejó un silencio que parecía disfrutarlo. Por debajo del sombrero apareció una mueca cínica tan grande que casi ocultó la cicatriz que Tomeu sufría en su rostro.

- La próxima vez, caballero, será hoy por la noche y solamente estaremos tu y yo. - luego de unos segundos continuó - Hoy a las once de la noche voy a tocar la puerta de tu casa y hoy a las once de la noche tú me vas a abrir.

Dicho esto, dio un fustazo al caballo, se sostuvo el sombrero a modo de saludo y se fue. Cuando se alejaba, Andrés lo seguía con la vista imaginándose lo que seria pelearse con él. Se imaginaba a Tomeu usando un gran cuchillo y a él usando otro gran cuchillo. Los dos dando vueltas en círculos, uno enfrentado al otro, sin decidirse a tirar la estacada. Su preocupación no era por él, era por su hijo. El riesgo era abandonarlo... la orfandad, dejarlo solo en el mundo; su hijo lo tenía a él y casi a nadie más y si le pasaba algo éste quedaría sin ningún confidente, quedaría solo, sin su padre. Tomeu de allí no fue a su casa. La rutina de trabajo le quitaba el tiempo necesario para los viajes de ida y de vuelta.

El día anterior había solucionado el almuerzo preparándose un sándwich. Esta vez, en cambio, Barril le había invitado a un pequeño asado.

Barril no estaba de acuerdo con la idea de Tomeu de jugar al póquer esa misma noche con Andrés.

- Si juegas hoy - le decía - vas a inaugurar esa práctica de los partidos de a dos. ¿Por qué no esperas una semana y no dejamos de lado la regla de jugar solamente los jueves?

Tomeu insistía mostrándole su tediosa rutina de trabajos. Hablándole de las vacaciones continuas en que ellos dos y, especialmente él, le obsequiaban con sus derrotas al póquer a Andrés.

- Es malo este sistema que tenemos de apostar tiempo de trabajo - reflexionó Barril - Alienta el resentimiento mucho más que el propio dinero.

No se pusieron de acuerdo.

Ambos coincidían en que era injusta la magnitud de las ventajas que Andrés recibía del póquer, pero no coincidían en que eso autorizaba el juego de dos. Tomeu cada vez insistía en la pereza de Andrés que, ganando al póquer, los tenía a ellos dos trabajando como si fueran sus empleados. Como la ira seguía subiendo y el tono de las palabras también, Barril decidió cambiar de tema para calmarlo.

- ¿Y tu perro sigue loco o ya anda un poco mejor?

- Sigue... cada vez esta más asustado....¿Qué le puede pasar?...Hace casi un mes que sigue igual... ¡Es un perro grande, fuerte, de guardia!... ¡No puede andar llorando todo el día! ...Está asustado... muy asustado... ayer lo vi ladrándole a un árbol... lo acaricié para tranquilizarlo... pero no sé qué le pasa... llora con su aullido agudo todas las noches... ¡Está loco!...

Eran las diez de la noche y Tomeu andaba a caballo por el camino de tierra. Iba a la casa de Andrés, a jugar al póquer de a dos prometido. Sin darse casi cuenta, suavemente, comenzó a sentir algo raro.
No quería continuar, antes se sentía muy decidido, contento. Ahora que sólo había cabalgado diez minutos, le nacía el deseo de volver. ¿De dónde le vino ese deseo de volver? Parecía externo a él. Quería volver corriendo a su casa y esconderse abajo de la cama. Mientras el caballo avanzaba cada vez sentía más ganas de volver. Como si algo terrible estuviera por ocurrir.

¿De dónde le salía ese deseo?

Una espesa nube ocultó a la luna. Todo se cubrió de sombras. Las ramas de los árboles del costado del camino dejaron de moverse, había cesado el viento. Disminuyeron hasta el silencio los ruidos de los grillos. Pasaron así diez minutos. Tomeu sentía miedo.

El caballo tornó sus ojos de un fulguroso color, como de fuego... irradiaba una luz color rubí. El animal empezó a correr a una velocidad que nunca antes Tomeu había sentido ni visto. Por fin, saltó limpiamente el alambre y se internó sin perder aceleración en las hectáreas del ganado. Frenó salvajemente y Tomeu se deslizó con un golpe doloroso rodó hasta el pasto.

Ahora Tomeu se hallaba en el medio del campo y notó el raro aspecto de los ojos fulgurantes. La oscuridad era tan extrema que del resto del animal sólo se veía una sombra y por eso tardó unos segundos en darse cuenta de que éste ahora corcoveaba para golpearle o para pisotearlo. En su chaqueta guardaba un revólver que traía consigo por si el póquer se convertía en una pelea. El primer tiro lo erró por la falta de luz... lo que más le incomodó fue la sensación de que una presencia lo estuviera acompañando.

Una presencia que parecía divertirse con su lucha.

El segundo tiró hizo blanco y el animal se desplomó. Ahora avanzaba casi a tientas en la oscura noche, su paso era similar al de un sonámbulo o tal vez al de un sicótico. Giraba sobre su cuello en intervalos cada vez más cortos; era como si lo acompañase una presencia, como si de un momento a otro le estuvieran por tocar el hombro. Ahora recordaba que la noche anterior también había sentido eso pero... ¿quién lo acompañaba? Era tan oscura la noche que si hubiese alguien probablemente no lo podría ver. Horrorizado advirtió que desde el cielo se acercaban ojos iguales a los del caballo. Eran aves, cuervos, buitres, palomas, que en conjunto se acercaban casi en un orden armónico. Un pájaro con el pico le arrancó un pedazo de carne. Otro pájaro tímidamente imitó al primero... y después otro más y otro más y otro más. Minutos después cayó vencido sobre el pasto. Su rostro se mutaba segundo a segundo, perdía forma y coloración.

De pronto algo le regalo una esperanza. El ladrido furioso de su amado perro, Milton, se escuchaba cada vez más fuerte. Era obvio que el animal corría hacía él.

- ¡Milton!... ¡Milton!... ¡Milton!...

Gritaba y el ladrido se escuchaba más fuerte pero cada vez él gritaba menos pues ya se estaba comenzando a desangrar y se debilitaba segundo a segundo. El mismo perro que antes lloraba sin cesar ahora corría valientemente en su auxilio y no lloraba sino que ladraba con un ladrido muy potente y bravo.

- ¡Milton!... ¡Milton!...

No pudo gritar por tercera vez. Ya estaba demasiado débil. Si disparaba unos tiros, pensó, el estruendo tal ahuyentaría a los pájaros. Ahora le era difícil sacar el arma nuevamente de la chaqueta. Las mordidas y el dolor habían debilitado su brazo. Cuando disparó el grupo de pájaros ni siquiera se inmutaron.

- ¡Milton!... ¡Milton!...

Acumulaba todos sus esfuerzos para cada grito, ya sin casi intentos de quitárselos de encima. Y cesaron sus alaridos cuando las heridas en su cuello eran tan profundas que alcanzaron su garganta, luego se le descubrió una parte del intestino. El intestino emanaba un fétido hedor que atrajo ratas y otros animalitos.

*****
Desde las nueve de la noche que Andrés se deleitaba con el whisky.

Quería sacudirse su incomodidad por la posible riña en que pudiera tal vez degenerar el póquer. Ahora eran las once y de un momento a otro podría sonar la puerta escuchándose la voz ofuscada de Tomeu. El alcohol hacía efecto en él, pero de todas maneras pensaba en su hijo, no quería dejarlo solo en el mundo.

Sin darse cuenta tenía la vista fija en el cuadro y quiso saber si atrás de algún árbol se ocultaba el diablito. Le había tomado simpatía al cuadro. Su nueva conjetura era que aquel demonio cambiaba de lugar cuando las condiciones lumínicas se alteraban siquiera sutilmente. Una sombra por allí lo harían aparecer detrás de un árbol y un reflejo por allá lo harían formarse detrás de otro. Dependía de circunstancias físicas, la luz y las sombras... una ilusión óptica.

Esta vez lo vio con una enorme y sobresaliente sonrisa. Asomaba desde atrás de un árbol, la cola con la punta y el tridente en la mano. Nada era tan nítido como la cabeza en la que incluso se veían dos pequeños cuernos. Estaba muy mal dibujado, a diferencia de todo el cuadro que si era una obra de arte, el diablito era muy rudimentario. No obstante, algún disimulado efecto artístico habría de tener ya que parecía muy real. Cerca del cuadro no se veía, eran sólo flores rojas que, pertenecían al bosque.

Andrés nuevamente tomó el desayuno con la silla en el jardín para disfrutar del amanecer. Le dolía la cabeza por el alcohol. Era como si le estuvieran dando martillazos. Luego se fue a preparar al molino, moviéndose sin apuro pues aún le sobraba tiempo ganado en el póquer a sus compañeros.

En el horizonte su vista encontró una silueta y a los segundos un jinete a caballo. Aunque por la lejanía no era posible distinguir al jinete, si era posible ver que llevaba una bolsa. Cuando advirtió que se estaba acercando hasta él bajó del molino para recibirlo. En son de broma, se dijo: "Voy a hacer una apuesta contigo, cuadro... Si es Tomeu el que viene: te vas a guardar a ese diablito en una parte del bosque tan profunda que ya no lo pueda ver nunca mas... Si no....te permito hacer conmigo lo que desees". El que se acercaba era Barril. Algo raro, aunque ellos dos siempre se juntaban a dialogar, nunca sus encuentros eran sorpresivos, siempre los arreglaban con anterioridad. Se saludaron con menos simpatía que de costumbre.

- Tomeu fue a jugar a las cartas ayer a tu casa. ¿No es así?

Asintió y, luchando contra el dolor de cabeza, preguntó si sabia algo acerca de Tomeu.

- Quizá esto te pueda dar una idea.

Barril arrojó la bolsa que rodó en el pasto hasta chocar con un pedazo de cemento de una construcción a medio terminar que se ubicaba al lado del molino. Al levantarla Andrés se topó una nube de pastoso hedor, un hedor que le recordaba las épocas en que había trabajado en una refinería de grasa, encontró en el interior de la bolsa una calavera en la que todavía quedaba un ojo y un poco de seso.

- Lo que tienes en la mano es la cabeza de Tomeu.

Iba a enojarse por la manera con que Barril explicaba la muerte de su amigo en común pero al verle supo que le afectaba ello tanto como a él. Mas aún, el rostro de Barril le recordaba el ánimo que había tenido él mismo la vez en que su ex-mujer lo había dejado. Su amigo le pidió de dormir en su casa, según dijo sentía preocupación de dormir solo esa noche después de lo que le había ocurrido. "¿Y cómo confías en yo no maté a Tomeu?" pensó mientras le daba la bienvenida. Las nubes tapaban completamente la superficie del cielo y el viento soplaba con fuerza; en poco tiempo era probable que se desencadene una tormenta.

- ¿Te puedo hacer una pregunta?

Ahora entre los dos ataban las riendas del caballo de Barril a un palo del alambre de púas.

- ¿Nunca le has encontrado nada raro a ese cuadro que tienes en tu casa?

Le dijo que no. Mientras lo decía, en un desfile memorístico, todas las veces en que había visto al diablito pasaban ante sus pensamientos. Los dos ordenaban la casa para la noche, en silencio.

Tenían un compañerismo que a Barril le hacía recordar los tiempos en que fue marinero de un barco mercante. La noche anterior, a la espera de Tomeu, Andrés se había entretenido jugueteando con las cartas y bebiendo anís. Ahora, residuo de aquello, aún quedaban las cartas desparramadas sobre la mesa así que propuso a Barril de jugar póquer, una manera de distraerse o de disminuir los nervios que sentían. Ambos resbalaban cerca del abismo de la locura, por momentos se reían de chistes insulsos y por momentos levantaban la voz casi hasta el grito.

- Juguemos, pero esta vez que la apuesta sean nuestros sueldos y no nuestro trabajo.

La victoria la mantuvo en las primeras diez manos el dueño de casa, triunfó acabando en poco tiempo con el sueldo de Barril; éste se rascaba la chiquita y grasienta nariz con nerviosismo, también se acomodaba el pelo, una y otra vez revisaba los bolsillos de su campera. Así pasaron diez minutos en los que ya estaba apostando sueldos futuros. Repentinamente encontró marcas con pintura roja en tres ases del mazo, buscó el as y también tenía la misma marca. Mientras señalaba las cartas se levantó de la mesa con un revolver recién desenvainado, Andrés se asustó poco del arma de Barril, vio, atrás de uno de los árboles del cuadro, en un movimiento ágil, asomarse la cabeza aquel personaje.

Presenció cada uno de los movimientos del diablito, desde que asomó sus cuernos hasta que sacó toda la cabeza al descubierto. Enfrente a la nitidez del dibujito del demonio, Barril con su arma era semejante a una hormiga amenazando con sus tenazas.

- Muy sencillo era ganar conociendo el juego de los otros. Y así nosotros trabajábamos para ti. ¿Te sentías muy inteligente no es cierto?
Dio unos pasos para atrás hacia su lecho. Fingiendo que tropezaba se recostó bruscamente, simulando una caída. Tanteaba el colchón, buscaba un rifle cargado que, al igual que las cartas, era también una huella de la noche anterior. Cuando lo encontró, el movimiento brusco fue su estrategia, a pesar de que entre Barril y él sólo mediaba una silla. Con la misma punta del rifle golpeó el arma de Barril haciéndole retroceder y sin pensarlo, presionó el gatillo.

Moribundo, Barril se revolcaba con furia.

Una y otra vez gritaba que el disparo había sido absurdo, gritaba que los dos eran amigos. Gritaba que con el revolver él nunca lo hubiese lastimado. Andrés cargó el rifle y le dio un segundo disparo… Minutos después le dio otro disparo más. El cadáver de Barril reposaba contra el suelo y la sangre se expandía como un lago sobre las baldosas.

El diablito ya no se veía, quizás andaba por algún lugar del bosque no expuesto a la vista. Aquellos marcos de fino metal, con sus dragones tallados, ahora le parecían los bordes de una ventana; pensó que aquel dibujo era un demonio y que de alguna forma vivía. La soledad le daba vértigo, muerto Tomeu y muerto Barril, era el único testigo de lo que estaba ocurriendo. Cierta vez, muchos años atrás, un amigo le había dicho "Las bestias que la imaginación cría... crecen en la soledad". Ahora la soledad absoluta lo golpeaba.

Nadie participaba de lo que ocurría, con nadie lo iba a hablar...y era difícil suponer cual sería la reacción de otra persona ante eso; se asomó a la mesa para fijarse nuevamente en aquellas marcas de los tres ases que él no había hecho. No vio esta vez esas marcas con pintura roja. Se habían desaparecido.

Meditó los acontecimientos mientras estaba sentado sobre la cama.

Pensó en quemar el cuadro... pero quizás así se liberaría su habitante... sería mucho peor. Ya le había perdido aquella vieja simpatía, ahora le tenía demasiado respeto. Todos los ruidos le causaban sustos, hasta el ruido del ganado, inclusive el ruido de la puerta al abrirse por el viento. El saberse solo le aumentaba el vértigo, la soledad lo sumergía como un lento remolino en la pérdida de control de lo que estaba viviendo. Tenía miedo de si mismo, se imaginaba agarrando bien fuerte con sus dos manos el rifle; después se imaginaba gatillando sobre su propia sien. La imaginación era muy real y sentía miedo de perder el control y de llevarla a la práctica.

Arrastró el cadáver por el piso para sacarlo de la casa. Cien kilos eran difíciles de arrastrar, además el cuerpo chorreaba sangre volviendo resbaloso el piso. Ya en el jardín, necesitaba moverlo por tierra hasta el sitio que eligió para enterrarlo. Empezó a cavar un pozo de mucha profundidad.

El cielo cada vez estaba más oscuro pues las nubes se superponían unas a otras.

Escuchó un sonido agudo parecido a una sirena que se acercaba hasta él. El sonido aumentaba segundo a segundo: sintió un escalofrío de temor. Era el llanto de un perro y ahora lo vio acercarse corriendo a él por el campo de trigo; cuando estaba a pocos metros lo identificó. Era "Milton", el perro de Tomeu.

- Milton... ¿qué te pasa amigo?

El perro lloraba y tenía los ojos desorbitados del temor. El lo acariciaba pero el perro lloraba cada vez más con un chillido agudo.

- ¿Qué es lo que viste que estas tan asustado?...Ven...Yo no voy a dejar que te pase nada...

Después continuó cavando el pozo para enterrar el cuerpo de Barril. Tardó una hora en terminar al pozo pues deseaba hacerlo muy profundo para que el olor a podrido no delatara los sucedido. Mientras lo hacía Milton lo miraba sin dejar de gemir con su chillido agudo. Arriba del pozo, finalmente, puso una montaña de tierra y una rudimentaria cruz de palos y de sogas.

Fue a buscar el caballo de Barril, pensaba irse lejos del campo. Su deseo era no permanecer un segundo más allí. Luego de unos pasos apurados lo alcanzó con la vista, éste se había recostado sobre el pasto, tumbando en su movimiento a todo el alambre de púas. Al acercarse más comprendió, estaba muerto, sin heridas aparentes, con la piel fría. Quería hablarlo con alguien....necesitaba saber cual sería la reacción de otro ser humano ante eso.... A la ruta, entonces, debía llegar a pie. Si emprendía la caminata a esa hora de la tarde, amén de la lluvia, era seguro que lo iba a sorprender la noche tampoco se atrevía a caminar solo durante la noche en el campo acompañado por aquel perro asustadísimo. Por otra parte era mala la idea de pasar una noche más en aquella casa, durmiendo enfrente al cuadro así que decidió esperar hasta el día siguiente: una noche más enfrente al cuadro.

Abrió la ventana antes de recostarse para ventilar el fétido olor de la sangre sobre el piso, minutos después, entraron unos murciélagos. Afuera el perro continuaba gimiendo en chillido parecidos a los de un lobo.

No se animaba a mirar el cuadro, tenía miedo de llevarse una sorpresa. Hacia la ventana y hacia la pared iban sus ojos. "¿Y si me voy de esta casa maldita ahora mismo?... ¿Y si no duermo una sola noche mas acá?"

A excepción del llanto del perro todo era silencio. Ni siquiera el ruido de los grillos se oía. Quería mirar al cuadro y sacarse la duda de sí en ese instante asomaba el diablito. La duda era leña nueva sobre el fuego de su miedo. Por su mente no dejaban de pasar imágenes absurdas mientras miraba hacia la ventana, torciendo la cabeza lejos del cuadro. Escenas donde el diablito se asomaba, quizás hasta se sonreía; tal vez desde el cuadro nacían dos brazos, seguramente eran unos brazos pegajosos que se acercaban lentamente hasta su nunca. Tal vez los brazos ya estaban a pocos centímetros de su nuca.

A la mañana siguiente algo muy raro sucedía, recordaba haber dormido bien. Minutos después sus botas se adentraban en la maleza, camino a la ruta; a su lado iba Milton ya un poco más tranquilo. Al ver para atrás encontró una imagen opaca, a todo le faltaba luz, tanto a la crucecita improvisada para identificar al muerto, como a los árboles que rodeaban la casa. También al caballo que se le veía sólo la cabeza y que, seguramente, habría juntado ya un grupo de moscas.

A la una de la tarde llegó a la ruta. Allí hacía señales para detener a los automóviles y camiones que pasaban dejando tras de si una ráfaga de viento. Sin darse cuenta lo atraparon las meditaciones. Se acordaba, ahora, de un sueño que había tenido.

En el sueño él se metía en el bosque del cuadro, andaba por entre las estelas de niebla y las sombras. Los troncos de los árboles lucían gotitas de agua sobre la superficie; se escuchaban ecos aislados que contenían una esencia tranquila, muy tranquila. Era difícil avanzar, los obstáculos estaban muy próximos unos de otros y la luz llegaba muy reducida; en algunos trechos, aquellos anémicos rayos del sol insinuaban tornarse de un aspecto celeste o azul. No podía recordar como fue que se encontró con el diablito. Este fragmento del sueño se le escabullía de la memoria, ignoraba si se le tembló todo el cuerpo del miedo o si se entusiasmó… Sólo recordaba que el pequeño demonio le había dicho "LLEVA ESTE CUADRO SIEMPRE CONTIGO, TE FAVORECERÁ Y TE COLMARÁ DE FAVORES".

Ahora se le repetían esas palabras: "Lleva este cuadro siempre contigo, te favorecerá y te colmará de favores".

Pasaba una hilera de autos sin detenerse y las palabras volvían: "Lleva este cuadro siempre contigo, te favorecerá y te colmará de favores". Pasaba un camión y el camionero tampoco se detenía a llevarlo, y él suponía que el camionero lo miraba por el espejo retrovisor divertido de no llevarlo, entonces otra vez en su pensamiento escuchaba "Lleva este cuadro siempre contigo, te favorecerá y te colmará de favores".

Seguro que era la expresión de un deseo, pensó, pero... ¿y si era verdad? A él no le había ocurrido nada malo y su fortuna en el póquer se había triplicado. Su racha de victorias había sido anormal. A tal punto anormal que llamó la atención de Tomeu. No era sencillo atribuirla sólo a una sucesión de coincidencias. ¿Y si era verdad? Ese cuadro le daría muchos beneficios, tal vez. Ahora que miraba los autos de la ruta pasar a su lado, tomaba conciencia de lo difícil que era la vida de sus conductores. Tan competitiva, tan despiadada.

Tomaba conciencia sobre lo difícil que podría llegar a ser la vida en la ciudad. La vez en que había vivido allá no había podido adaptarse, menos lo conseguiría ahora, pensaba... ¿Y si era verdad? Se imaginaba que al ver sus riquezas su ex-mujer diría para sus adentros "¿por qué fui tan tonta si en el fondo lo quiero?...¿por qué me aparté de la vida de este hombre?". Se imaginaba a su ex-mujer hablando con amigas de ella "¿Crees que podrá volver a quererme?...Un hombre tan exitoso, ya me debe haber olvidado". Se imaginaba a su hijo contándoles de él a sus compañeros de colegio "a mi papá le gustaba vivir en el campo... pero un día se hartó... fue a la ciudad y entonces hizo esto, esto y esto otro". Hasta casi hablaba solo contestándole a su ex mujer "No... Ahora te diste cuenta de lo que valgo yo... Pero ahora es demasiado fácil darte cuenta y además es tarde". ¿Y si era verdad?

Emprendió la vuelta luego de tirarse a descansar unas horas sobre el pasto y de almorzar el sándwich que se había preparado.

El perro comenzó a ladrar ferozmente, impidiéndole el paso. Pero él continuaba caminando y el perro no lo mordía. Minutos después el perro lloraba con un chillido agudo sin acompañarlo, parado al frente a la ruta. Así lo fue perdiendo de vista y su gemido fue perdiendo intensidad y mezclándose con el ruido del viento y de las ramas. Le preocupaba el riesgo de lluvia, las nubes cada minuto se volvían más oscuras y ya tapaban todo el cielo. Iba a un paso más veloz, anhelaba volver a ver al cuadro, volver a tenerlo en sus manos.

"No es para tanto... ¿qué pasa?... El cuadro me va a convertir en un hombre rico... Pero... ¿Por qué necesito verlo?...Es como si estuviera enamorado de un cuadro" Ese bosque de repleto de flores y otras plantas poco diferenciales que creaban la ilusión de tener un diablito, le atraía. Aquella "ilusión" no se debía a fenómenos naturales ni físicos ni psicológicos, era un cuadro demoníaco y lo haría rico.

Cuando estaba cerca de la casa la manta negra de la noche lo cubría casi todo. Apenas en el horizonte el teñido rojo de las nubes enseñaba las últimas luces del sol. Sintió fugazmente el anhelo de no seguir adelante, era un anhelo por volver a la ruta... le crecía más y más a medida que se acercaba. Quería volver, deseaba volver; tanto era el esfuerzo que en cada nuevo paso parecía que los pies se le hubieran pegado a la tierra en el paso anterior.

Se escuchaban truenos sísmicos y aparecían relámpagos que iluminaban el cielo. Parecía que los dioses estuvieran librando una cruenta batalla. Cuando pasó cerca de la tumba de su vecino vio que la tierra estaba removida, vio que la cruz de sogas y palos se había roto. El lugar expelía un fétido hedor a muerto pero le dio miedo fijarse si seguía Barril allí. El deseo de no avanzar más era intenso cuando empezó a llover; Las gotas de lluvia eran pesadas y continuas, el golpeteo contra el suelo provocaba casi un ruido de ametralladora. Ahora corría por el pasto a la máxima velocidad de que era capaz. Cuando entró a la casa encendió la luz, era indiferente al riesgo de que la electricidad y su ropa mojada hiciesen un accidente.

Aunque podía ser atribuible a la sangre seca, de todos modos le sorprendió el hedor nauseabundo que se respiraba. Era una pestilencia tan concentrada que volvía pastoso al aire, a la manera de una neblina…. Observó el cuadro.

"Un recreo a la vista... magnífico.... majestuoso... majestuoso y fuerte como la esfinge egipcia".

Los árboles los juzgó excelentemente dibujados y a su color lo juzgó el exacto para combinar con las otras flores o plantas que abundaban en el bosque. No tenía dibujado animal alguno y trasmitía paz, a contraposición del ruido de los truenos y del que provocaba el viento al agitar los árboles. Esta vez, por más que mirara de lejos o con la vista gorda a las flores rojas, no parecía estar el diablito.

Aquel personaje se formaba casi a partir de estas flores y era siempre borroso. Lo veía en distintas posiciones e inclusive distintos lugares, siempre coincidiendo con esas florecillas que estaban alegremente distribuidas por todo el cuadro. Luego de observar el cuadro un largo rato, impasible al barro que ensuciaba el piso, se arrodilló y le adoró.

La bombilla que iluminaba el sitio titilaba o quizás lo parecía por efecto la luz de los relámpagos que entraba por el vidrio. Nada temía, unas gotas de transpiración surcaban su frente pero no era por el miedo sino por la caminata. Pronunciaba en voz alta sus palabras y apenas se oían, eclipsadas por el ruido de los truenos. Envolvió el cuadro en aquella misma bolsa que, el día anterior, había usado Barril para envolver a la calavera.

"¿Qué esta pasando acá? ¿Qué esta pasando?".

Forcejeó una y otra vez con nerviosismo. La cerradura tenía llave y el pasador giraba en falso… sintió miedo. La bombilla se apagó y la oscuridad dominó el sitio hasta que la iluminación de dos relámpagos seguidos permitió ver la silueta de un corpulento hombre. No lo había visto antes y parecía haberse formado de la fetidez. Como los vampiros en personas, pensó, así el hedor parecía haberse transformado en ese intruso. Más factible era que haya estado escondido abajo de la cama.

Encendió la linterna y lo vio, era Barril. Los ojos del intruso se veían encendidos de una luz roja, llevaba la frente agujereada todavía por uno de los disparos. Se veía en algunas partes el hueso por la falta de carne y era la fuente de la pestilencia. En su boca se descomponía en una carcajada de dientes malformados e hilos de baba sucios con tierra.

- Me has engañado con las cartas. Mataste a Tomeu. Y cobardemente me disparaste con un arma de fuego. ¿No crees que te haría bien una venganza?

Al decir esto escupió un gusano; éste se agitaba en el suelo como quejándose por el suceso. Nuevamente probó abrir la puerta pero continuaba cerrada. La sensación de alarma tapó a su miedo, sacó el cuadro de la bolsa y se lo enfrentó a la manera de un escudo. Vio el agresor formarse adentro del cuadro un pequeño dibujo de un diablo que le indicaba negación moviendo una cabecita triangular. Recuperó entonces su condición de cadáver y se desplomó golpeando el suelo con violencia.

Andrés, que se dio cuenta de esto, iluminó con la linterna al cuadro y lo besó. Nuevamente lo guardó en la bolsa e intentó abrir la puerta, con éxito y se echó a correr por el campo pero le resultaba difícil correr. El viento lo detenía cargando su violencia contra el cuadro tal cual si fuese una vela.

Andrés iba al lugar a donde lo había encontrado. Su intención era decirle allí algunas palabras tal vez una especie de homenaje, quizás una conversación de amigos; no lo admitiría ni siquiera ante sí mismo pero sentía miedo. Aunque la lluvia y el viento no le permitían ver, se esforzaba por distinguir si cerca de él no aparecía Tomeu... o lo que había quedado de él.

La lluvia y el viento le impedían ubicarse con facilidad pero a la final reconoció el lugar donde había encontrado el cuadro. Se detuvo y sacó el cuadro de la bolsa, extrañamente las gotas de lluvia no afectaban la pintura, aunque la golpeaban como balas. Ahora vio al diablito, a pesar de que a corta distancia comúnmente no se notaba. Parecía dibujado por un niño, era de palitos y su cara era triangular, llevaba en la mano un tridente y se le descubría la cola la cual no consistía más que en una tira roja que terminaba en una punta. Admirado trató de improvisarle unas palabras. "Cuadro que un día la vida nos encontró aquí. Te reconozco mi dios y cuando me pidas amor yo amo y cuando me pidas muerte yo mato...".

Terminó de pronunciar estas palabras y se detuvo el viento y un silencio repentino se erigió como monarca de la noche.

Aparecieron pájaros con los ojos de una fulgurante luz. Una luz color hierro en fusión, la misma que minutos antes le había visto a Barril; no sólo eran aves, cuando cayó al piso encontró también algunas ratas. La lluvia formaba arroyitos que llevaban su sangre mezclada con tierra haciendo una mancha algo espesa alrededor suyo. Una enorme rata lo mordía con tanta ferocidad que los pelos de su hocico se le manchaban con pedacitos de hígado.
Estaba ya casi desmayado y con gran esfuerzo consiguió arrastrarse hasta el cuadro. A pesar de que las gotas de lluvia rebotaban casi de lo violentas que eran, la pintura se mantenía intacta. Miró el bosque y descubrió el diablito.

Esta vez de cuerpo entero, adelante de los árboles, con una enorme sonrisa. Era una sonrisa macabra, burlona y festiva. Le quiso pegar y romperlo pero carecía de fuerzas, apenas podía balbucear quejidos en baja voz. Acostado boca arriba contemplaba las sombras de los pájaros y de las ratas que le arrancaban la carne. Lo único que interrumpía al silencio, o parecía interrumpirlo, era su alarido monótono, los animales, en cambio, mordían silenciosamente.

Cinco años después un campesino que andaba caminando por aquellos pastizales encontró un cuadro. Era un cuadro que representaba a un bosque de Polylepis. Lo cargó sobre sus hombros y, contento por el hallazgo, lo colgó en una pared de su casa. En algunas noches creía ver un pequeño diablo escondido entre los árboles de aquella pintura. También un hombre que, torturado por el primero, su presencia parecía deberse a una ilusión óptica causada por unas flores blancas que eran parte del cuadro. Estas flores blancas probablemente serían margaritas.

Ambos eran muy confusos pero tenían algo, una gracia especial, porque parecían vivos...

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1 situados en medio de la vegetación de páramo, alcanzan alturas entre 3-8 m
2 entre 3.000 y 4.500 metros de altura de Los Andes de Venezuela

lunes, octubre 30, 2006

Satanás Vende Objetos Usados (Paolo Coelho)



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No puedo dejar de lado a tan magnífico autor

Danielys H
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Como necesita adaptarse a los nuevos tiempos, Satanás decidió hacer una liquidación de gran parte de su stock de tentaciones. Puso anuncios en los diarios y atendió a los clientes, en su oficina, durante todo el día.

Era un stock fantástico: piedras para que los virtuosos tropezaran, espejos que aumentaban la importancia personal, anteojos que disminuían la importancia de los demás. Colgados de la pared, algunos objetos llamaban mucho la atención: un puñal de hoja curva, para ser usado en la espalda de alguno, y grabadoras que sólo registraban chismes y mentiras.

-¡No se preocupen por el precio! -gritaba el viejo Satanás a los potenciales compradores. -¡Llévenlo hoy, paguen cuando puedan!

Uno de los visitantes notó, puestas en un costado, dos herramientas que parecían muy usadas y que casi no llamaban la atención. Sin embargo, eran carísimas. Curioso, quiso saber la razón de esa aparente discrepancia.

-Están gastadas porque son las que más uso -respondió Satanás, riendo. -Si llamaran mucho la atención, la gente sabría cómo protegerse de ellas.

"Sin embargo, ambas valen el precio que pido por ellas: una es la Duda y la otra es el Complejo de Inferioridad. Todas las otras tentaciones siempre pueden fallar, pero estas dos siempre funcionan."

miércoles, octubre 25, 2006

Eclipse Solar



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No hay que subestimar el conocimiento de los demás... por pueblerinos que parezcan.

Shay, gracias por darle nombre a la víctima.

Danielys H
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Cuando Salomoón Almundarant se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, en el convento de Los Abrojos, donde Carlos V condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo de su labor redentora.

Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible, que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Salomoón le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.

Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.

Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.

-Si me matáis -les dijo -, puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

Los indígenas lo miraron fijamente y Almundarant sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto
desdén.

Dos horas después el corazón de Salomoón Almundarant chorreaba su sangre vehemente sobre una piedra de los sacrificios (brillante bajo la luz opaca de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.

domingo, octubre 22, 2006

Mina La Frontera



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El universo se me hace tan complejo... la mente tiene tantos pasillos desconocidos. ¿En qué momento buscamos una respuesta lógica para entender lo que no sabemos ni comprendemos? Por eso siempre me hago la vista gorda cuando algo extraño me pasa.

Isaac, MundoAzul por ti y para ti con mucho cariño. Gracias

Danielys H
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A la entrada de la mina La Frontera, que creía abandonada, se hallan dos hombres. Tienen el rostro terroso, apariencia de mineros en la vestimenta desastrada, y pancartas en alto condenando el cierre de las minas decretado por Paz Estenssoro. La escena me parece curiosa; detengo el jeep, me bajo y me acerco a ellos. Hace años que no venía por este camino abandonado, hace años que no visitaba la finca de Sergio. Bien puede esperar unos minutos, me digo, y perdonar al periodista que siempre hay en mí.

De cerca, confirmo que son mineros. Los rayos del sol refulgen en todas partes menos en sus cascos, tan viejos y oxidados que carecen de fuerzas para reflejar cualquier cosa. Los mineros no mueven un músculo cuando me acerco a ellos, no pestañean, miran a través de mí. Sus pies de abarcas destrozadas se hallan encima de huesos blanquinegros. Miro el suelo, y descubro que yo también estoy posando mis pies sobre huesos: de todos los tamaños y formas, algunos sólidos y otros muy frágiles, pulverizándose al roce de mis zapatos. En mi corazón se instala algo parecido al pavor.

Las minas fueron cerradas hace más de siete años. Muchos mineros entraron en huelga, pero al final terminaron aceptando lo inevitable y marcharon hacia su forzosa relocalización, a las ciudades o a cosechar coca al Chapare.

¿Podía ser, me pregunto, que la noticia del fin de la huelga no hubiera llegado hasta ahora a los mineros de esta mina? La región de Sergio progresó con la inauguración del camino asfaltado, y aquí quedaron, abandonados, esta mina y el camino viejo. Les pregunto qué están protestando. Silencio.

Después de un par de minutos insisto esta vez tartamudeando, acaso dirigiendo la pregunta más a mí mismo que a ellos. Y entonces veo un leve movimiento en la boca de uno de ellos. Un par de músculos faciales se estiran, quiere decirme algo. Pero el esfuerzo es demasiado. Boquiabierto, veo el quebrarse de la reseca piel de las mejillas y el pesado caer de la pancarta: luego, súbitamente, el rostro se contrae sobre sí mismo y la carne se torna polvo y se derrumba y del minero no queda más que un montón de huesos blancos y secos.

Pienso que es hora de no hacer más preguntas, de reemprender mi camino, de aparentar, una vez más, no haber visto nada.


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Cerca de la mina La Frontera se encontró el jeep de Victor Esparza, pero su cuerpo nunca fue encontrado. Curiosamente en la mina estaba escrito su nombre.

martes, octubre 17, 2006

Debajo de la cama

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*No puedo evitar la tentación de imaginar tu cara al leer mis historias... Dime ¿De qué murieron mis personajes? ¿Cuántos finales hay? ¿Quién murió primero?

Danielys H
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Como siempre, Julia sólo pulsó el botón de parada del vídeo cuando desaparecieron los últimos títulos de crédito de la película y la niebla se apoderó de la pantalla. Una vaga inquietud comenzó a apoderarse de ella. No tendría que haber visto una película de terror a horas tan tardías. Eran más de las doce y no le quedaba más remedio que acostarse y apagar las luces. Estaba sola en casa, a excepción de su hijo pequeño, que dormía plácidamente en la pequeña cama de su habitación. Su marido tenía turno de noche en la fábrica y no volvería hasta las siete de la mañana. Se había sentido aburrida y había puesto la película, una historia de muertos vivientes que la había impresionado más de lo que ella pensaba. La película duró más de la cuenta y ahora ella no tenía más remedio que apagar las luces y acostarse sola; tenía que levantarse temprano para ir a trabajar, iba a ser un día muy atareado, y no podía demorar más tiempo el momento de apretar el interruptor.

Miró el reloj y la cama vacía e intentó borrar de su mente el oscuro temor de siempre a la oscuridad, a dormir sola, al espacio vacío debajo de su cama, a los armarios que, a esas horas de la noche, parecían ominosos y amenazadores. Uno de ellos tenía una puerta levemente abierta. La cerró del todo. Esa rendija de oscuridad siempre la había asustado, le parecía que, de repente, la rendija comenzaría a ampliarse, provocada por una mano invisible que empujaba la puerta. Notó como su pulso se estaba acelerando. No tenía que haber visto esa película. Lo que le había parecido entretenido a las diez de la noche, cuando podía oír las animadas conversaciones de los vecinos que le llegaban por la ventana entreabierta, ahora le parecía terrorífico.

El silencio se extendía por todo el edificio y ella casi podía notarlo como un zumbido sordo y constante en sus oídos. Por fin, decidió irse a dormir y desterrar de su mente todos esos absurdos temores. No obstante, no pudo evitar cumplir con su inevitable ritual. Antes de apagar las luces miró debajo de la cama. Como siempre, nada. Nunca había encontrado nada que la pudiera intranquilizar, pero jamás, desde su infancia, había dejado de echar un vistazo. Aunque su marido se reía de sus miedos y, al principio, había intentado desterrar esa manía, con el tiempo la había aceptado como una pequeña excentricidad y, salvo alguna broma ocasional al respecto, la había dejado por imposible.

Después, lo de siempre. Se dirigió hacia el interruptor de la luz, lo apagó y, corriendo, se quitó las zapatillas y se metió en la cama, tapándose a continuación la cabeza y sintiendo su corazón latir algo más rápido de lo acostumbrado. La oscuridad la aterrorizaba. Intentó concentrarse en pensamientos alegres, su marido besándola por la mañana cuando llegara, su hijo de un año y medio despertando y buscándola; pero era imposible. Cuando dormía sola, antes de que el sueño se apoderase de ella, solamente miedos oscuros e ideas terroríficas venían a su mente. Solamente podía pensar en manos que la cogerían por los tobillos desde debajo de la cama, en la puerta del armario abriéndose con un crujido siniestro para dar paso a un ser de pesadilla... Sus manos atenazaban el borde de las mantas, rogaba que el sueño le sobreviniese pronto y despertar, como siempre, en la habitación bañada de luz.

Supuso que había pasado una media hora cuando comenzó a invadirla aquella agradable laxitud, la flojedad en sus miembros y su mente que ella siempre identificaba con la llegada del sueño salvador. Pero algo hizo que esa sensación desapareciese bruscamente. Oyó un ruido debajo de la cama. Su corazón comenzó a latir cada vez más deprisa, su boca se abrió, pero no pudo gritar. Pensó en un ratón, algún pequeño animal que reptaba por el suelo y que desaparecería en cualquier momento. Se aferró a esa idea con desesperación, para darse cuenta con un infinito de que aquel ruido no podía causarlo ningún vulgar ratoncillo. Eran unos siniestros crujidos, seguidos de una espantosa caricatura de respiración, algo así como el ruido que emite un asmático en una crisis, un espantoso y cavernoso gorgoteo. La mente de Julia comenzó a escapar hacia las regiones oscuras de la locura y el espanto infinitos. Aquello estaba reptando debajo de su cama, moviéndose siniestramente en la oscuridad, y aquel sonido de respiración parecía casi humano. En cualquier momento una oscura garra surgiría de debajo de su cama y atraparía su mano agarrotada por el terror, y algo monstruoso caería sobre ella. ¡Ahora, ahora, ahora! Esta palabra se repitió en su cabeza cada vez más deprisa, mientras Julia esperaba el momento fatídico, mientras su corazón latía desbocado, amenazando con estallar. ¡Ahora, ahora, ahora...!

El marido de Julia nunca logró olvidar lo que vio en su dormitorio cuando volvió de trabajar. Sus infrahumanos gritos de horror despertaron a todo el vecindario. Seguía gritando enloquecido cuando los vecinos, tras forzar la puerta de su piso, lo encontraron. Su mujer yacía boca arriba en la cama, los ojos espantosamente abiertos, las manos contraídas y agarrotadas aferrando el borde de las sábanas. Muerta. Muerta de miedo. Pero no menos horroroso fue lo que encontraron debajo de la cama. Un pequeño cuerpo asfixiado que, gateando, había ido a enredarse en unos plásticos, muriendo asfixiado tras una horrible agonía. ¡Su hijo pequeño, muriendo ahogado bajo la cama de su madre que moría de terror!

miércoles, septiembre 27, 2006

El sueño de Christian Quel'thalas



*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-* Una vez más los sueños se hacen presentes en mis historias. Amo jugar con la mente humana. Nino gracias por darle nombre a mis personajes... aunque.... Originalmente el relato es de O. Henry

Danielys H
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Christian Quel'thalas tuvo un sueño.

La psicología vacila cuando intenta explicar las aventuras de nuestro mayor inmaterial en sus andanzas por la región del sueño, "gemelo de la muerte". Este relato no quiere ser explicativo: se limitará a registrar el sueño de Quel'thalas . Una de las fases más enigmáticas de esa vigilia del sueño, es que acontecimientos que parecen abarcar meses o años, ocurren en minutos o instantes.

Chris aguardaba en su celda de condenado a muerte. Un foco eléctrico en el cielo raso del comedor iluminaba su mesa. En una hoja de papel blanco una hormiga corría de un lado a otro y Quel'thalas le bloqueaba el camino con un sobre. La ejecución tendría lugar a las nueve de la noche. El condenado sonrió ante la agitación del más sabio de los insectos.

En el pabellón había siete condenados a muerte. Desde que estaba ahí, tres habían sido conducidos: uno, enloquecido y peleando como un lobo en una trampa; otro, no menos loco, ofrendando al cielo una hipócrita devoción; el tercero, un cobarde, se desmayó y tuvieron que amarrarlo a una tabla. Se preguntó como responderían por él su corazón, sus piernas y su cara; porque ésta era su noche. Pensó que ya casi serían las nueve.

Del otro lado del corredor, en la celda de enfrente, estaba encerrado Stronzi, el siciliano que había matado a su novia y a los dos agentes que fueron a arrestarlo. Muchas veces, de celda a celda, habían jugado a las damas, gritando cada uno la jugada a su contrincante invisible.

La gran voz retumbante, de indestructible calidad musical, llamó:

- Y, señor Quel'thalas, ¿cómo se siente? ¿Bien?

- Muy bien, Stronzi - dijo Chris serenamente, dejando que la hormiga se posara en el sobre y depositándola con suavidad en el piso de piedra.

- Así me gusta. Hombres como nosotros tenemos que saber morir como hombres. La semana que viene es mi turno. Así me gusta. Recuerde, yo gané el último partido de damas. Quizás volvamos a jugar otra vez.

La estoica broma de Stronzi, seguida por una carcajada ensordecedora, más bien alentó a Christian; es verdad que a él le quedaba todavía una semana de vida.

Los encarcelados oyeron el ruido seco de los cerrojos al abrirse la puerta en el extremo del corredor. Tres hombres avanzaron hasta la celda de Quel'thalas y la abrieron. Dos eran guardias; el otro era Frank -no, eso era antes- ahora se llamaba el reverendo Francisco Winston, amigo y vecino de sus años de miseria.

- Logré que me dejaran reemplazar al capellán de la cárcel -dijo, al estrechar la mano del condenado.

En la mano izquierda tenía una pequeña biblia entreabierta. Quel'thalas sonrió levemente y arregló unos libros y una lapicera en la mesa. Hubiera querido hablar, pero no sabía que decir. Los presos llamaban a este pabellón de veintitrés metros de longitud y nuevo de ancho, Calle del Limbo. El guardia habitual de la Calle del Limbo, un hombre inmenso, rudo y bondadoso, sacó del bolsillo un porrón de whisky, y se lo ofreció al prisionero diciendo:

- Es costumbre, usted sabe. Todos lo toman para darse ánimo. No hay peligro de que se envicien.

Quel'thalas bebió profundamente.

- Así me gusta -dijo el guardia-. Un buen calmante y todo saldrá bien.

Salieron al corredor y los siete condenados lo supieron. La Calle del Limbo es un mundo fuera del mundo y si le falta alguno de los sentidos, lo reemplaza con otro. Todos los condenados sabían que eran casi las nueve, y que Chris iría a su silla, a las nueve. Hay también, en las muchas calles del Limbo, una jerarquía del crimen. El hombre que mata abiertamente, en la pasión de la pelea, menosprecia a la rata humana, a la araña, y a la serpiente. Por eso solo tres saludaron abiertamente a Christian, cuando se alejó por el corredor, entre los guardias: Carpani y Marvin que al intentar una evasión habían matado a un guardia, y Bassett, el ladrón que tuvo que matar porque un inspector, en un tren, no quiso levantar las manos. Los otros cuatro guardaban humilde silencio.

Christian se maravillaba de su propia serenidad y casi indiferencia. En el cuarto de las ejecuciones había unos veinte hombres, entre empleados de la cárcel, periodistas y curiosos que...

Aquí en medio de una frase, El Sueño quedó interrumpido por la muerte de Christian Quel'thalas . Sabemos sin embargo el final: Christian, acusado y convicto del asesinato de su esposa, enfrentaba su destino con inexplicable serenidad. Lo conducen a la silla eléctrica, lo atan. De pronto, la cámara, los espectadores, los preparativos de la ejecución, le parecen irreales. Piensa que es víctima de un error espantoso. ¿Por qué lo han sujetado a esa silla? ¿Qué ha hecho? ¿Qué crimen ha cometido? Se despierta: a su lado están su mujer y su hijo. Comprende que el asesinato, el proceso, la sentencia de muerte, la silla eléctrica, son parte de un sueño. Aún trémulo, besa en la frente a su mujer. En ese momento, lo electrocutan.

La ejecución interrumpe el sueño de Quel'thalas.

sábado, septiembre 23, 2006

EL SOLIPSISTA (Fredric Brown)



*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-* Hace mucho tiempo que no comparto con uds historias de escritores que me inspiran... Bueno, acá tienen una excelente.
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Walter B. Jehovah, por cuyo nombre no pido excusas desde que realmente fue su nombre, ha sido un solipsista toda la vida. Un solipsista, en el caso de que no conozcas la palabra, es alguien que cree que él es la única cosa que existe realmente, que el resto de la gente y el universo en general existe sólo en su imaginación, y que si él dejara de imaginarlos su existencia acabaría.

Un día Walter B. Jehovah comenzó a practicar el solipsismo. En una semana su mujer se escapó con otro hombre, perdió su trabajo como agente marítimo y se rompió la pierna en la persecución de un gato negro tratando de evitar que se cruzara en su camino.

Decidió, en la cama del hospital, acabar con todo.

Mirando a través de su ventana, hacia las estrellas, deseó que no existieran, y no estuvieron allí nunca más. Entonces él deseó que no existiera ninguna otra persona, y el hospital comenzó a estar demasiado tranquilo incluso para un hospital. Lo siguiente, el mundo, y se encontró suspendido en un vacío. Se libró de su cuerpo, y dió el paso final para tratar de acabar con su propia existencia.

No ocurrió nada.

Extraño, pensó. ¿Puede haber un límite para el solipsismo?

«Sí», dijo una voz.

«¿Quién eres?», preguntó Walter B. Jehovah.

«Soy el único que creó el universo que acabas de aniquilar. Y ahora tú has tomado mi lugar». Hubo un enorme suspiro. «Puedo, finalmente, acabar con mi existencia, encontrar olvido, y dejarte tomar posesión».

«Pero, ¿cómo puedo dejar de existir? Eso es lo que estoy intentando hacer».

«Sí, lo sé», dijo la voz. «Debes hacerlo del mismo modo que yo lo hice. Crea un universo. Espera hasta que alguien en él crea realmente lo que tú creíste y trate de dejar de existir. Entonces te puedes retirar y dejarle tomar posesión. Adiós.»

Y la voz se fue.

Walter B. Jehovah estaba sólo en el vacío, y era la única cosa que podía hacer. Creó el cielo y la tierra. Tardó siete días.

martes, septiembre 19, 2006

Sacando la Cédula Bolivariana Meeeejma



************************************************************************************ Un poco más de humor al blog. Esta historia es real, no existen coincidencias, todo lo que aquí es narrado lo viví :'(

Danielys H
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Señores, se acercan las elecciones y los operativos de campaña están a la orden del día, gente cachifeando en las calles, otros tapando huecos, las obras comunitarias y por supuesto la cedulación, o si… ese papelito plastificado tan importante que a todos nos hace falta para cualquier cosa. No vayan a pensar que ando en la nota política, al contrario yo detesto la política, me fastidia. Mi cuento viene porque es necesario que comparta mi experiencia vivida en uno de estos operativos; aunque Ud no lo crea esta pescadita hizo acto de presencia en el tortuoso camino hacia la solicitud de tan odioso documento. Todo comenzó…..

“Deben ser las 7.30” pensé... abrí un poco los ojos para buscar mi celular y comprobé que mi reloj biológico no anda nada mal, eran las 7.29 am

- Mami, levántate
- Ujum, ya voy

“Que fastidio” fue lo único que pude pensar. Camino al baño me llevé por delante el tacón de una de mis botas, y me dije: eso te pasa por desordenada. Estando de lo más tranquila en mi pecera, somnolienta tratando de recordar con detalles el sueño de la noche anterior cuando alguien interrumpe abruptamente:

- Mami ¿estás lista?
- Nooooooo, tú me dijiste que a las 9
- Pues hay cambio de planes, tengo cosas que hacer
- Ujummmmmmmmm ¬_¬

Ni modo, me salía apurarme porque sino en mi casa sonaría a todo vol la emisora radial 95.9 FM El Gobierno, programa escrito, popularizado, dirigido, manipulado y pare ud de contar, por la excelentísima Dra. Raiza Mármol de Herrera; o sea mi mamá. Creo que nunca me había tropezado tanto en mi vida como esa mañana: “Prometo solemnemente no dejar botas ni sandalias de tacón de madera regadas por el cuarto” aja, si claro, como no… pasemos la página.

Rodando por la vía, me calaba las noticias de los muertos, accidentes y demás descuartizados, Uds. saben lo tierna que es mi mami.

- Mami, ahora que tienes carro no vayas a agarrar la guachafa de andar saliendo para todo
- Tons ¿cuál es el motivo de que tenga carro? ¬_¬
- Que de vez en cuando ayudes con algunas diligencias
- Ah, cachifeo en la calle ¬_¬
- Llámalo como quieras, el caso es que es una orden y sin protestar la tienes que hacer :D

Por fin llegamos a la Diex. Y decido ver el terreno mientras mi mami daba miles de vueltas a la manzana; lo primero que me consigo en el camino es a una señora bien gordita y muy mal vestida que tapaba la entrada al recinto: “Bueno pero… ¿y esta regordeta mal vestida de dónde salió?” pensé

- Señora, permiso por favor
- Ah si

¿Alguno de uds recuerda como eran las colas que se hacían los días en que se entregaban las becas? Bueno algo así multiplicado por 5. El montón de gente que había ahí no era normal, no sabía donde empezaba la cola ni mucho menos donde terminaba. Cuando dirijo la mirada hacia mi lado izquierdo me encuentro con una señora de esas que no pasan desapercibidas por dos motivos: uno lo “gordita”, dos la espectacular combinación de colores en la ropa (camisita azul, jeans anaranjados, zapatos verdes); mi expresión fue tan obvia que la señora habrá pensado: “¿y a ésta sifrina que le dió?” …. Mientras que por el otro lado:

- Señora
- o_O ¿cómo dijo? ¬_¬
- Oh, disculpe, señorita
- Mucho mejor
- ¿Necesita ayuda?
- (Ok un militar preguntándome si necesito ayuda … ¿estoy en el país de las maravillas?) quería saber hasta qué hora es este operativo
- Hasta las 7 de la noche
- A bueno muchas gracias (epa está como simpático)
- De nada

Dioses… ojalá todos los militares fuesen así jijijij. Estoy paradita en la acera esperando a que mi madre llegue cuando pasa muy cerca de mí un señor que olía peor que las aguas negras estancadas. Suena la corneta y es mi mami, ¡¡¡por finnnn!!! Aire acondicionado.

- Mami ¿qué pasó?
- Ay má yo no pienso hacer esa cola tan enorme
- Tienes que sacarte la cédula
- Si, pero ahí no, que va, eso está horrible, me da yuyo
- Tonta … ¿preguntaste si había operativo en alguna otra parte?
- Ups, este… no heheheh ya voy

Al pinche calor de nuevo; caminé rapidito para no sufrir mucho de calor

- Señor, ¿sabe si hay operativos en alguna otra parte?
- Si, en Fin de Siglo
- Oki, gracias

Por fin llego a fin de siglo y les confieso que me sentí cual turista, no sabía donde era, miraba de un lado a otro, no vi cola por ninguna parte y pensé: coño esto como que se acabó. Entré al CC y le pregunté al tipo grandotote que revisa las bolsas de compras (hahaha que ironía):

- Señor ¿dónde es el operativo de cedulación?
- Aquí afuera, empiezan a las 11 am
- :/ bueno gracias

Joder!!!! Que fastidio, esperar hora y media… bueno ni modo, me voy a ver tiendas. Nada de lo que vi me gusto, no vayan a pensar que soy inconforme, es que esa gente de las tiendas no tienen buen gusto ¬_¬. Me dio algo de hambre así que fui por una empanadita horneada que estaba buenísima y que no me la comí completa porque me llenó mucho. Para no escribir tanta pajuatada voy directo a la acción. Salgo del CC y pillo que la cola va desde la mitad de Fin de Siglo hasta cerca de la esquina, rayos, me va a tocar llevar sol.

Personajes:
1) Primeramente: una muchacha bien vestida, arregladita y coquetita, dijo que era Abogado (vamos a creerle).
2) Detrás de ella un tipo de vaya ud a saber que edad, con franela azul cochina, jeans rotos y sucios, un particular perfume a perolito de loco debajo de la axila y una flamante sonrisa donde falta un canino
3) Seguidamente su servidora, una bella pescadita que decide aventurarse a sacar la cédula antes de pasar un mal rato con un policía
4) Luego una señora mayor… tipo 54 años, simpática, habla mucho, es de las viejas que comenta todo al aire para buscar conversación
5) Luego un par de muchachas que… bueno, algo llamativas no por lo bonitas, sino por lo ordinarias y escandalosas, una más echaá pa’lante que la otra.
6) Los demás son actores de relleno

Se acerca un señor de barba y empieza a revisar los papeles para el proceso y se acerca hasta nosotros. Todo bien, todo en regla y

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Señora: “Hola amigo ¿cómo le va?”
Señor: “Muy bien señora”
Señora: ¿Cómo está la familia y los hijos?
Señor: Muy bien gracias, ¿me permite sus papeles?
Señora: es que no los traje completos, pensaba que como eres el esposo de fulana …
Señor: ya que ud es directa y no sufre de pena yo tampoco. Si ud hubiese sido discreta quizás la paso, pero como no puede serlo entonces haga la cola como todos ¿Me permite sus papeles?
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Sinceramente prefiero no opinar, saquen uds conclusiones, aunque sé que cuando lo lean van a decir: ¡¡¡Qué bolas!!!

Y comienza el verdadero calvario… el sol, la gente empieza a llegar, empecé a escuchar por sectores, es decir primero le ponía cuidado a una conversación, luego a otra y así iba. Conclusión: uno si habla pendejadas en una cola. El calor ya se estaba poniendo odioso y escucho que primero pasan a 20 niños y luego a los adultos, bueno ni modo, sigamos esperando.

¿Saben qué es incómodo? Hacer una cola enorme y que llegue alguien bien fresco diciendo: ay me quedé dormido, pretenda meterse en la cola y nadie le diga nada. Pues esta pescada (yo) estaba ese día con unas botas negras enormes que le estaban matando las aletas y eso la tenía de mal humor, por ende armó peo en la cola diciendo:

- Pero bueno es que aparte de chabacano eres bien abusador ¿no? Qué sabroso es llegar cuando faltan como 5 personas por delante. Levántese temprano y haga la cosa (hahahah tan moralista yo).
- Mira gorda eso no es problema tuyo.
- A mi los kilos se me quitan con dieta y ejercicio, a ti lo ordinario nunca se te va a quitar.
- Bueno, bueno qué pasa acá ¿Quién es ud? – llega el señor de barba que revisa los papeles
- Es que esta gorda anda reclamando cosas que no son
- Señor – dije Mr Barbas Blancas - primero que nada, respete a la señorita, segundo UD no estaba en la cola desde esta mañana, así que haga el favor de retirarse y si quiere sacar la cédula vaya hasta el final de la cola
- ES QUE CHAVISTA NO ES GENTE NOJODA POR ESO ESTAMOS COMO ESTAMOS
- ¿Quién los entiende? – dice Mr Barbas

El señor se va y yo me volteo con disimulo y hace acto de presencia la Danielys carajita que llevo por dentro y le saco la lengua al tipo que se fue arrecho hahahahahaha (si, me pasé de niña, pero no importa). Bueno después de hablar tanto se acerca el momento de la verdad… pero antes hay que calarse: los malos olores, los cuentos balurdos de la vida de cada uno, a las niñas fastidiosas, los salíos que se paran a ver no sé qué cosa y que de paso te detallan hasta como tienes el cabello, los amapuches de mediodía de las parejitas que se empataron ayer y mucho más.

Viene un militar y dice hagan dos colas. Obviamente la gente que está más atrás se pone al frente para pasar rapidito y el tipo dice: pasa uno de cada cola. En lo que su servidora pilla el movimiento de una pelo pintado (yo me pinto el cabello, pero con estilo) que pretende colearse vengo yo a la carga y digo:

- Mira esta niña, yo estaba antes que tú, así que espera tu turno
- (en tono de malandrita) AAA PUEJJN PERO SI EL MILITAR DIJO QUE DE UNA COLA Y OTRA, NO SEAS PAJÚA
- No sé como harás con los demás pero yo voy primero que tú
- (llega al escenario Mr Barbas y me sonríe) así es, no se deje. SEÑORES HAGAN LA COLA COMO ESTABA Y DEJEN DE JODER TANTO QUE EL CALOR ES INSOPORTABLE Y ESTOY PERDIEWNDO EL BUEN HUMOR

Santo remedio, todo el mundo derechito e la cola. Por Finnnnnnnnnnnn!!!!! Llega el momento y la tipa que está en la laptop empieza con el interrogatorio: nombre, edad, fecha de nacimiento, estado, bla bla bla, color de pantaletas, bla bla bla, hetero, bi, homo, bla bla bla, peso, bla bla bla. Terminó el mega interrogatorio. Lo que me lleva a la siguiente pregunta:

- ¿Saben por qué uno sale tan despeinado en esa cédula? La respuesta es simple mis pequeños saltamontes: después de semejante travesía ¿quién carajos va a estar acomodándose el cabello?

Mujeres... (II Parte)



************************************************************************************* Sigo en la nota del humor.... Este es un artículo que escribí hace mucho tiempo para una revista :P

Seamos realistas y chicas acepten que si somos de esta manera ....

Danielys H
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No es que yo sea Feminista, pero…. Sólo una mujer sabe

• Pasarse la vida entera luchando contra su cabello

• Mirarse en el espejo de un ascensor

• Comprarse una blusa que no combina con nada, pero que el precio ¡Estaba I R R E S I S T I B L E!

• Hablar de intimidades que los hombres ni imaginan

• Ser tratada como una idiota por los mecánicos de un taller

• Fingir naturalidad en un examen ginecológico

• El poder de unos jeans recién lavados o de un body de lycra

• Tener crisis conyugales, crisis existenciales, crisis de identidad y ¡Crisis de Nervios!

• Ser madre soltera, madre casada, madre separada y …. Madre del marido o del novio

• Ver un partido de basket, "futball" o "basebol" solo para acompañar al novio

• Lavar la panty en la ducha y colgarla en el toallero para horror del sexo opuesto

• Comerse una caja entera de bombones o de helado porque tuvo una pelea con el novio, pasarla mal y todavía quedar destruida porque se salió de la dieta

• Escuchas que…. “Mujer al volante es peligro constante”

• Depilarse completa con cera

• Lo que se siente rasgarse las medias panty y repararlas con esmalte de uñas

• Sentirse lista para conquistar al mundo usando un nuevo labial

• Sentirse infeliz, porque no tiene una ropa linda para salir…cuando tiene el closet repleto

• Llorar en e baño, mirándose al espejo para ver su mejor ángulo

• Descubrir que su relación y el mundo se acabaron…. Para luego darse cuenta que no era nada más que un síndrome pre-menstrual

En fin…Solo una mujer sabe lo que es ser Mujer

Mujeres .... (I Parte)



*********************************************************************************** Es hora de ponerle un toque de humor a mi blog. ¿Tienen idea de lo complicada que puede ser la mente de una mujer por una cosa sin importancia? ¿No? Se los voy a demostrar con algo de humor.

Danielys H
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Una mosca de mediano tamaño se metió en la nariz del consejero suplente
Gaguin. Aunque se hubiera metido allí por curiosidad, por atolondramiento o a causa de la oscuridad, lo cierto es que la nariz no toleró la presencia de un cuerpo extraño y dio muestras de estornudar. Gaguin estornudó tan ruidosamente y tan fuerte que la cama se estremeció y los resortes, alarmados, gimieron. La esposa de Gaguin, María Michailovna, una rubia regordeta y robusta, se estremeció también y se despertó. Miró en la oscuridad, suspiró y se volvió del otro lado. A los cinco minutos se dio otra vuelta, apretó los párpados, pero no concilió el sueño. Después de varias vueltas y suspiros se incorporó, pasó por encima de su marido, se calzó las zapatillas y se fue a la ventana.

Fuera de la casa, la oscuridad era completa. No se distinguían más que las siluetas de los árboles y los tejados negros de las granjas. Hacia oriente había una leve palidez, pero unas masas de nubes se aprestaban a cubrir esta zona pálida. En el ambiente, tranquilo y envuelto en la bruma, reinaba el silencio. Y hasta permanecía silencioso el sereno, a quien se paga para que rompa con el ruido de su chuzo el silencio de la noche, y el estertor de la negreta, único volátil silvestre que no rehuye la vecindad de los veraneantes de la capital.

Fue María Michailovna quien rompió el silencio. De pie, junto a la ventana, mirando hacia fuera, lanzó de pronto un grito. Le había parecido que una sombra, que procedía del arriate, en el que se destaca un álamo deshojado, se dirigía hacia la casa. Al principio creyó que era una vaca o un caballo, pero, después de restregarse los ojos, distinguió claramente los contornos de un ser humano. Luego le pareció que la sombra se aproximaba a la ventana de la cocina y, después de detenerse unos instantes, al parecer por indecisión, ponía el pie sobre la cornisa y... desaparecía en el hueco negro de la ventana. "¡Un ladrón!", se dijo como en un relámpago, y una palidez mortal se extiende por su rostro. En un instante su imaginación le reprodujo el cuadro que tanto temen los veraneantes: un ladrón se desliza en la cocina, de la cocina al comedor..., en el aparador está la vajilla de plata..., más allá el dormitorio..., un hacha..., los rostros de unos bandidos..., las joyas... Le flaquearon las piernas y sintió un escalofrío en la espalda.

-¡Vasia!-exclamó zarandeando a su marido-. -¡Vasili Pracovich! ¡Dios mío, está roque! ¡Despierta, Vasili, te lo suplico!

-¿Qué ocurre?-balbucea el consejero suplente, aspirando aire profundamente y emitiendo un ruido con las mandíbulas.

-¡Despiértate, en el nombre del cielo! ¡Un ladrón ha entrado en la cocina! Yo estaba junto a la vidriera y he visto que alguien saltaba por la ventana. De la cocina irá al comedor..., ¡las cucharas están en el aparador! ¡Vasili! Lo mismo sucedió el año pasado en casa de Mavra.
-¿Qué pasa? ¿Quién... es?

-¡Dios mío! No oye... Pero, comprende, pedazo de tronco... Acabo de ver a un hombre entrar en nuestra cocina. Pelagia tendrá miedo y...¡la vasija de plata está en el aparador!

-¡Majaderías!

-¡Vasili, eres insoportable! Te digo que hay un ladrón en casa y tú duermes y roncas. ¿Qué es lo que quieres? ¿Qué nos roben y nos degüellen?

El consejero suplente se incorporó lentamente y se sentó en la cama bostezando ruidosamente.

-¡Dios mío, qué seres!-gruñó-. ¿Es que ni de noche me puedes dejar en paz? ¡No se despierta a uno por estas tonterías!

-Te lo juro, Vasili; he visto a un hombre entrar por la ventana.

-¿Y qué? Que entre... Será, seguramente, el bombero de Pelagia que viene a verla.

-¿Cómo? ¿Qué dices?

-Digo que es el bombero de Pelagia que viene a verla.

-¡Eso es peor aún!-gritó María Michailovna-. ¡Eso es peor que si fuera un ladrón!
Nunca toleraré en mi casa semejante cinismo.

-¡Vaya una virtud!... No permitir ese cinismo... Pero ¿qué es el cinismo? ¿Por qué emplear a tontas y a locas palabras extranjeras? Es una costumbre inmemorial, querida mía, consagrada por la tradición, que el bombero vaya a visitar a las cocineras.

-¡No, Vasili! ¡Tú no me conoces! No puedo admitir la idea de que, en mi casa, una cosa semejante..., semejante... ¡Vete en seguida a la cocina a decirle que se vaya! ¡Pero ahora mismo! Y mañana yo diré a Pelagia que no tenga el descaro de comportarse así. Cuando me muera puedes tolerar en tu casa el cinismo, pero ahora no lo permito. ¡Vete allá!

-¡Dios mío!...-gruñó Gaguin con fastidio-. Veamos, reflexiona en tu cerebro de mujer, tu cerebro microscópico: ¿por qué voy a ir allí?

-¡Vasili, que me desmayo!
Gaguin escupió con desdén, se calzó sus zapatillas, escupió otra vez y se dirigió
a la cocina. Estaba tan oscuro como en un barril tapado, y tuvo que andar a
tientas. De paso buscó a ciegas la puerta de la alcoba de los niños y despertó a la
niñera.

-Vasilia-le dijo-, cogiste ayer mi bata para limpiarla. ¿Dónde está?

-Se la he dado a Pelagia para que la limpie, señor.

-¡Qué desorden! Cogéis las cosas y no las volvéis a poner en su sitio. Ahora tengo que andar por la casa sin bata.

Al entrar en la cocina se dirigió al rincón donde dormía la cocinera sobre el arca, debajo de las cacerolas...

-¡Pelagia!-gritó, buscando a tientas sus hombros para sacudirla-. ¡Eh, Pelagia!
¡Deja de representar esta comedia! ¡Si no duermes! ¿Quién acaba de entrar por la ventana?

-¿Eh? ¡Por la ventana! ¿Y quién va a entrar por la ventana?

-Mira, no me andes con cuentos. Dile a tu bribón que se vaya a otra parte. ¿Me oyes? No se le ha perdido nada por aquí.

-Pero ¿me quiere hacer perder la cabeza, señor? ¡Vamos!... ¿Me cree tonta? Me paso todo el santo día trabajando, corro de un lado para otro, sin parar ni un momento, y ahora me sale con esas historias. Gano cuatro rublos al mes..., tiene una que pagarse su azúcar y su té, y con la única cosa con que se me honra es con palabras como ésas...¡He trabajado en casa de comerciantes y nunca me trataron de una manera tan baja!

-Bueno, bueno... No hay por qué gritar tanto... ¡Qué se largue tu enamorado inmediatamente! ¿Me oyes?

-Es vergonzoso, señor-dice Pelagia, con voz llorosa-. Unos señores cultos... y nobles, y no comprendan que tal vez unos desgraciados y miserables como nosotros...-se echó a llorar-. No tienen por qué decirnos cosas ofensivas. No hay nadie que nos defienda.

-¡Bueno, basta!... ¡A mí déjame en paz! Es la señora quien me manda aquí. Por mí puede entrar el mismo diablo por la ventana, si te gusta. ¡me tiene sin cuidado!

Por este interrogatorio ya no le quedaba al consejero más que reconocer que se había equivocado y volver junto a su esposa. Pero tiene frío y se acuerda de su bata.

-Escucha, Pelagia-le dice-. Cogiste mi bata para limpiarla. ¿Dónde está?

-¡Ay, señor, perdóneme! Me olvidé de ponerla de nuevo en la silla. Está colgada aquí en un clavo, junto a la estufa.

Gaguin, a tientas, busca la bata alrededor de la estufa, se la pone y se dirigió sin hacer ruido al dormitorio.

María Michailovna se había acostado después de irse su marido y se puso a esperarle. Estuvo tranquila durante dos o tres minutos, pero en seguida comenzó a torturarla la inquietud.

"¡Cuánto tarda en volver!-piensa-. Menos mal si es ese... cínico, pero ¿y si es un ladrón?"

Y en su imaginación se pinta una nueva escena: su marido entra en la cocina oscura..., un golpe de maza..., muere sin proferir un grito..., un charco de sangre... Transcurrieron cinco minutos, cinco y medio, seis... Un sudor frío perló su frente.

-¡Vasili!-gritó con voz estridente-. ¡Vasili!

-¿Qué sucede? ¿Por qué gritas? Estoy aquí...-le contestó la voz de su marido, al tiempo que oía sus pasos-. ¿Te están matando acaso?

Se acercó y se sentó en el borde de la cama.

-No había nadie-dice-. Estabas ofuscada... Puedes estar tranquila, la estúpida de
Pelagia es tan virtuosa como su ama. ¡Lo que eres tú es una miedosa..., una!...
Y el consejero se puso a provocar a su mujer. Estaba desvelado y ya no tenía sueño.

-¡Lo que tú eres es una miedosa!-se burla de ella-. Mañana vete a ver al doctor para que te cure esas alucinaciones. ¡Eres una psicópata!

-Huele a brea-dice su mujer-. A brea o... a algo así como a cebolla..., a sopa de coles.

-Sí... Hay algo que huele mal... ¡No tengo sueño! Voy a encender la bujía...
¿Dónde están las cerillas? Te voy a enseñar la fotografía del procurador de la audiencia. Ayer se despidió de nosotros y nos regaló una foto a cada uno, con su autógrafo.

Raspó un fósforo en la pared y encendió la bujía. Pero antes de que hubiese dado un solo paso para buscar la fotografía, detrás de él resonó un grito estridente, desgarrador. Se volvió y se encontró con que su mujer le mira con gran asombro, espanto y cólera...

-¿Has cogido la bata en la cocina?-le preguntó palideciendo.

-¿Por qué?

-¡Mírate al espejo!

El consejero suplente se miró en el espejo y lanzó un grito fenomenal. Sobre sus hombros pendía, en vez de su bata, un capote de bombero. ¿Cómo ha podido ser? Mientras intenta resolver este problema, su mujer veía en su imaginación una nueva escena, espantosa, imposible: la oscuridad, el silencio, susurro de palabras, etc. ¿Qué pasa entre Gaguin y la cocinera? María Michailovna da rienda suelta a su imaginación.