domingo, octubre 22, 2006

Mina La Frontera



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El universo se me hace tan complejo... la mente tiene tantos pasillos desconocidos. ¿En qué momento buscamos una respuesta lógica para entender lo que no sabemos ni comprendemos? Por eso siempre me hago la vista gorda cuando algo extraño me pasa.

Isaac, MundoAzul por ti y para ti con mucho cariño. Gracias

Danielys H
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A la entrada de la mina La Frontera, que creía abandonada, se hallan dos hombres. Tienen el rostro terroso, apariencia de mineros en la vestimenta desastrada, y pancartas en alto condenando el cierre de las minas decretado por Paz Estenssoro. La escena me parece curiosa; detengo el jeep, me bajo y me acerco a ellos. Hace años que no venía por este camino abandonado, hace años que no visitaba la finca de Sergio. Bien puede esperar unos minutos, me digo, y perdonar al periodista que siempre hay en mí.

De cerca, confirmo que son mineros. Los rayos del sol refulgen en todas partes menos en sus cascos, tan viejos y oxidados que carecen de fuerzas para reflejar cualquier cosa. Los mineros no mueven un músculo cuando me acerco a ellos, no pestañean, miran a través de mí. Sus pies de abarcas destrozadas se hallan encima de huesos blanquinegros. Miro el suelo, y descubro que yo también estoy posando mis pies sobre huesos: de todos los tamaños y formas, algunos sólidos y otros muy frágiles, pulverizándose al roce de mis zapatos. En mi corazón se instala algo parecido al pavor.

Las minas fueron cerradas hace más de siete años. Muchos mineros entraron en huelga, pero al final terminaron aceptando lo inevitable y marcharon hacia su forzosa relocalización, a las ciudades o a cosechar coca al Chapare.

¿Podía ser, me pregunto, que la noticia del fin de la huelga no hubiera llegado hasta ahora a los mineros de esta mina? La región de Sergio progresó con la inauguración del camino asfaltado, y aquí quedaron, abandonados, esta mina y el camino viejo. Les pregunto qué están protestando. Silencio.

Después de un par de minutos insisto esta vez tartamudeando, acaso dirigiendo la pregunta más a mí mismo que a ellos. Y entonces veo un leve movimiento en la boca de uno de ellos. Un par de músculos faciales se estiran, quiere decirme algo. Pero el esfuerzo es demasiado. Boquiabierto, veo el quebrarse de la reseca piel de las mejillas y el pesado caer de la pancarta: luego, súbitamente, el rostro se contrae sobre sí mismo y la carne se torna polvo y se derrumba y del minero no queda más que un montón de huesos blancos y secos.

Pienso que es hora de no hacer más preguntas, de reemprender mi camino, de aparentar, una vez más, no haber visto nada.


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Cerca de la mina La Frontera se encontró el jeep de Victor Esparza, pero su cuerpo nunca fue encontrado. Curiosamente en la mina estaba escrito su nombre.

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