miércoles, septiembre 27, 2006

El sueño de Christian Quel'thalas



*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-* Una vez más los sueños se hacen presentes en mis historias. Amo jugar con la mente humana. Nino gracias por darle nombre a mis personajes... aunque.... Originalmente el relato es de O. Henry

Danielys H
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

Christian Quel'thalas tuvo un sueño.

La psicología vacila cuando intenta explicar las aventuras de nuestro mayor inmaterial en sus andanzas por la región del sueño, "gemelo de la muerte". Este relato no quiere ser explicativo: se limitará a registrar el sueño de Quel'thalas . Una de las fases más enigmáticas de esa vigilia del sueño, es que acontecimientos que parecen abarcar meses o años, ocurren en minutos o instantes.

Chris aguardaba en su celda de condenado a muerte. Un foco eléctrico en el cielo raso del comedor iluminaba su mesa. En una hoja de papel blanco una hormiga corría de un lado a otro y Quel'thalas le bloqueaba el camino con un sobre. La ejecución tendría lugar a las nueve de la noche. El condenado sonrió ante la agitación del más sabio de los insectos.

En el pabellón había siete condenados a muerte. Desde que estaba ahí, tres habían sido conducidos: uno, enloquecido y peleando como un lobo en una trampa; otro, no menos loco, ofrendando al cielo una hipócrita devoción; el tercero, un cobarde, se desmayó y tuvieron que amarrarlo a una tabla. Se preguntó como responderían por él su corazón, sus piernas y su cara; porque ésta era su noche. Pensó que ya casi serían las nueve.

Del otro lado del corredor, en la celda de enfrente, estaba encerrado Stronzi, el siciliano que había matado a su novia y a los dos agentes que fueron a arrestarlo. Muchas veces, de celda a celda, habían jugado a las damas, gritando cada uno la jugada a su contrincante invisible.

La gran voz retumbante, de indestructible calidad musical, llamó:

- Y, señor Quel'thalas, ¿cómo se siente? ¿Bien?

- Muy bien, Stronzi - dijo Chris serenamente, dejando que la hormiga se posara en el sobre y depositándola con suavidad en el piso de piedra.

- Así me gusta. Hombres como nosotros tenemos que saber morir como hombres. La semana que viene es mi turno. Así me gusta. Recuerde, yo gané el último partido de damas. Quizás volvamos a jugar otra vez.

La estoica broma de Stronzi, seguida por una carcajada ensordecedora, más bien alentó a Christian; es verdad que a él le quedaba todavía una semana de vida.

Los encarcelados oyeron el ruido seco de los cerrojos al abrirse la puerta en el extremo del corredor. Tres hombres avanzaron hasta la celda de Quel'thalas y la abrieron. Dos eran guardias; el otro era Frank -no, eso era antes- ahora se llamaba el reverendo Francisco Winston, amigo y vecino de sus años de miseria.

- Logré que me dejaran reemplazar al capellán de la cárcel -dijo, al estrechar la mano del condenado.

En la mano izquierda tenía una pequeña biblia entreabierta. Quel'thalas sonrió levemente y arregló unos libros y una lapicera en la mesa. Hubiera querido hablar, pero no sabía que decir. Los presos llamaban a este pabellón de veintitrés metros de longitud y nuevo de ancho, Calle del Limbo. El guardia habitual de la Calle del Limbo, un hombre inmenso, rudo y bondadoso, sacó del bolsillo un porrón de whisky, y se lo ofreció al prisionero diciendo:

- Es costumbre, usted sabe. Todos lo toman para darse ánimo. No hay peligro de que se envicien.

Quel'thalas bebió profundamente.

- Así me gusta -dijo el guardia-. Un buen calmante y todo saldrá bien.

Salieron al corredor y los siete condenados lo supieron. La Calle del Limbo es un mundo fuera del mundo y si le falta alguno de los sentidos, lo reemplaza con otro. Todos los condenados sabían que eran casi las nueve, y que Chris iría a su silla, a las nueve. Hay también, en las muchas calles del Limbo, una jerarquía del crimen. El hombre que mata abiertamente, en la pasión de la pelea, menosprecia a la rata humana, a la araña, y a la serpiente. Por eso solo tres saludaron abiertamente a Christian, cuando se alejó por el corredor, entre los guardias: Carpani y Marvin que al intentar una evasión habían matado a un guardia, y Bassett, el ladrón que tuvo que matar porque un inspector, en un tren, no quiso levantar las manos. Los otros cuatro guardaban humilde silencio.

Christian se maravillaba de su propia serenidad y casi indiferencia. En el cuarto de las ejecuciones había unos veinte hombres, entre empleados de la cárcel, periodistas y curiosos que...

Aquí en medio de una frase, El Sueño quedó interrumpido por la muerte de Christian Quel'thalas . Sabemos sin embargo el final: Christian, acusado y convicto del asesinato de su esposa, enfrentaba su destino con inexplicable serenidad. Lo conducen a la silla eléctrica, lo atan. De pronto, la cámara, los espectadores, los preparativos de la ejecución, le parecen irreales. Piensa que es víctima de un error espantoso. ¿Por qué lo han sujetado a esa silla? ¿Qué ha hecho? ¿Qué crimen ha cometido? Se despierta: a su lado están su mujer y su hijo. Comprende que el asesinato, el proceso, la sentencia de muerte, la silla eléctrica, son parte de un sueño. Aún trémulo, besa en la frente a su mujer. En ese momento, lo electrocutan.

La ejecución interrumpe el sueño de Quel'thalas.

2 comentarios:

Matica dijo...

Me pregunto ¿que pensará O. Henry de todo esto?

Bonito nombre para Murray... Christian Quel'thalas es mucho más original.

Danielys dijo...

Pensaría, qué buen nombre el de Christian Quel'thalas ... adaptaciones de una nueva era