lunes, julio 10, 2006

Mira Telescópica

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Dedicado a mi manito Morocho. Vic besos para ti
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Las luces del paseo se encendieron creando alguna tenue sombra en la arena de la playa.

Un niño con la cabeza rapada pasó en bicicleta delante de Jeremías. Cuando se alejaba, giró la cabeza y le sacó la lengua. Jeremías sintió el irrefrenable impulso de lanzarse hacia él, agarrarlo y tumbarlo de la bicicleta, pero tras pensarlo mejor eligió seguir su camino.

Las baldosas ascendieron en la rampa hasta el paseo del puerto, donde las gaviotas habían ido desapareciendo a medida que los pescadores regresaban a sus hogares. Se apoyó en una baranda y así permaneció, mirando el horizonte. Abajo, en la orilla, un hombre chapoteaba con el agua hasta los tobillos mientras encendía un cigarrillo. Tuvo ganas de saltar hacia abajo y hacerle tragar ese maldito cigarro; pero prefirió contemplar la caída de la tarde por encima del apacible mar.

El individuo del cigarro se acercó a un bolso de acampar y de ella extrajo una escopeta con mira telescópica. Jeremías se agarró con fuerza a la barra que le servía de apoyo y vio que el individuo tiraba la colilla sobre la arena y a pisaba con el pie al desnudo. Entonces giró y apuntó hacia el mar como si supiera desde un principio hacia donde debía dirigir la mira.

Era un tipo mayor, de unos cincuenta años. Estaba envuelto en un traje de buzo de color violeta, medio calvo y cargado de kilos hasta en las cejas. Jeremías olvidó la discusión con su mujer y volvió a sacar el anillo de su bolsillo. Al diablo, pensó. Bebió un par de tragos y decidió bajar a curiosear cerca de aquel extraño individuo.

Se acercó sigilosamente y miró a través de su escopeta en la dirección del cañón, donde sólo se movían las olas. En el bolso entreabierto, había un par de cargadores y un paquete de cigarrillos.

- Disculpe

El gordo se dio la vuelta con la escopeta alzada, como si supiera que la policía estuviera detrás de él i quisiera quitarle el arma

- No voy a hacer daño a nadie, estoy calibrando la mira. El rifle está descargado, puede comprobarlo. – el hombre estaba sudando, aunque era difícil saber cuando había empezado
- No, no se preocupe. Solo tenía curiosidad, lo dejo solo… tranquilo

Jeremías caminó de nuevo hacia la escalera, pero el hombre, con un tono más calmado, volvió a hablar

- ¿Quiere verlo de cerca? Es un buen rifle - el tipo se lo extendió y el lo tomó sin vacilar

Le enseñó a llevarlo al hombro y en una de las ocasiones pudo sentir su aliento cerca. Olía a dientes podridos, un olor dulzón, como si llevara la vida alimentándose a base de almendras acarameladas.

- Apunte allí, al faro

Jeremías tardó un instante en enfocar el faro, y cuando lo hizo, pudo ver al operador del mismo en lo alto, limpiando los cristales. Tenía puesto un mono azul y llevaba un periódico enrollado en el bolsillo de atrás.

- Esta mira es magnífica.
- Apunte al mar, verá algo más interesante
- ¿Hacia dónde?

El hombre dirigió el rifle que apuntaba Jeremías. Al principio se veía solo agua. Estuvo a punto de apartar el arma y descansar el hombro cuando vio algo que lo dejó congelado. El horizonte, las olas, habían desaparecido, y en su lugar había una lámpara vista desde el suelo. La lámpara de techo era verde con una pantalla blanca. Era la lámpara del baño, la que apuntaba al lavamanos. Intentó apartar el rifle, pero el tipo le sujetó un momento la cabeza con ambas manos.

- Espere. Siga mirando. Apriete cuando lo vea oportuno. Es un juego…

Aquello debía ser un sueño o el alcohol se le estaba subiendo a pasos agigantados. De repente una sombra apareció debajo de la lámpara y lo tapó todo. Pudo oír el girar de una llave y el agua gotear cerca de él. El ojo que veía el mar, el que no estaba en la mira, no daba crédito a nada de lo que estaba pasando. Su ojo izquierdo parecía estar dentro del agujero del lavamanos de su casa, mirando a través de él.

- ¿Ve la sombra? Su mujer se está lavando la cara.

Al escuchar aquello volvió a sentir esa rabia repentina que había intentado olvidar tras salir de su apartamento.

- Dispare, no se preocupe, el arma está descargada.

Jeremías apretó el gatillo para dar por terminada la pesadilla. El estruendo y la sacudida le obligaron a retirar el ojo de la mira. El tipo obeso le sonrió.

- Bueno, le dije que estaba descargada, pero ya sabe, las carga el diablo
- ¿Qué es lo que he visto?
- ¿Qué cosa?
- El lavamanos de mi casa: ¿cómo podía estar viéndolo?
- Déme el rifle por favor, no sé de qué me habla

Jeremías volvió a observar por la mira. Esperó un minuto, dos, pero solo vio el horizonte. Rendido, le dio la escopeta a su dueño

- Ud me ha dicho que dispara, hace un momento; y también dijo que era mi esposa, o su sombra, quiero decir, sabía que estaba mirando el baño de mi casa – pero a él, sus palabras le parecían débiles y le sonaban vacías e incoherentes.

- Váyase, creo que me equivoqué al prestarle el arma. Está completamente borracho.

Jeremías apenas escuchó esto último. Avanzó hasta el paseo y zigzagueando volvió hasta su casa.

Mientras, la mira regresó al infinito y ancho mar, donde el atardecer descargaba sus tonalidades y las estrellas empezaban a hacer acto de presencia. El tipo obeso, no obstante, no estaba pendiente de la hermosa puesta de sol. Porque aunque apuntase al mar, su ojo izquierdo veía otra cosa….

Desde el velocímetro de una bicicleta, se veía un rostro azotado por el viento. Era el rostro de un niño. Con la cabeza… rapada.

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